18 de agosto de 2012
Managua, Nicaragua
| elnuevodiario.com.ni
Un manifiesto
Manuel Aragón Buitrago | Opinión
Contrariando al doctor Jorge Eduardo Arellano de
que mi conocimiento de la cultura dariana es “limitadísimo e incompleto”,
continúo con mi crítica calificada de “necia” por otro de los devotos del
poeta.
Quienes hayan leído la crítica de Darío a grandes
de la literatura como Aristóteles, Swift, Zolá, Nietzsche, Whitman, Bello y
otros, sabrán que ella fue arbitraria, necia, atrevida, desacertada, injusta e
inconsistente, y algunas tan groseras como las de Zoilo a Homero.
Cuando en 1896 le piden a Darío en Buenos Aires su
Manifiesto, responde no considerarlo fructuoso ni oportuno, y da sus razones:
“a) Por la absoluta falta de elevación mental de la mayoría pensante de nuestro
continente; b) Porque la obra colectiva de los nuevos de América es aún vana,
estando muchos de los mejores talentos en el limbo de un completo
desconocimiento del mismo arte al que se consagran”.
Estas declaraciones del bardo no podrán ser
calificadas por quienes tienen sus neuronas en orden, más que de soberbias e
irrespetuosas, aplaudidas y celebradas solamente por dementes e ignorantes.
El vasco don Miguel de Unamuno, hombre de otro
continente, era más conocedor de los talentos existentes en América, que
nuestro pobre y fatuo panida. En su artículo “El Pedestal”, de su obra
“Soliloquios y conversaciones”, cuenta don Miguel:
“Tengo a la vista uno de los libros, para mí, más excitantes,
uno de aquellos que más reflexiones y comentarios me sugieren. Es el libro
“Moral para intelectuales”, colección de las conferencias que en 1908 dio el
doctor Carlos Vaz Ferreira (1873-1958) en la sección de enseñanzas secundarias
de la Universidad de Montevideo. No es un libro escrito, sino hablado, y esto
constituye para mí su mayor encanto. Se siente en él hablar al hombre. Y este
hombre Vaz Ferreira, me está resultando un hombre singular. Constituye desde
hace algún tiempo una de mis preocupaciones. Su labor es hoy, la labor acaso
más interesante que conozco por esos pagos. Él, Rodó y Zorrilla de San Martín,
constituyen una terna que honraría a cualquier país culto”
Darío dice otra cosa, y siempre ingrato, en su
artículo “Los colores del estandarte”, llama loco a Rodó, que le hizo su
prólogo a “Prosas Profanas” y dedicara sus loas a “Sonatina”. Le llama “el
enigmático y terrible loco montevideano”, quizá porque acertadamente dijera que
“Darío no era el poeta de América”.
En su artículo “Don Quijote y Bolívar”, Unamuno nos
habla de otro talento, el venezolano José Gil Fortoul (1862-1943), autor de la
“Historia Constitucional de Venezuela”, editada en Berlín. “Ni Sarmiento, ni
Bilbao, ni Martí, ni Bello, ni Montalvo” –dice Unamuno– “son los escritores de
una u otra parte de América, sino los ciudadanos de la intelectualidad
americana”.
Mientras don Miguel estaba enterado del movimiento
literario que se desarrollaba en América y de sus protagonistas, Darío
manifiesta ignorarlo, autoproclamándose el exclusivo demiurgo designado por
Apolo para imperar en América.
Para él no existían los mejicanos Juan de Dios
Peza, Manuel Gutiérrez Nájera, Amado Nervo, ni el peruano Ricardo Palma. Solo
él era el campeón.
“El que vive en su credo autocrático” –acota Martí–
es lo mismo que una ostra en su concha, que solo ve la prisión que la encierra,
y cree en la oscuridad que aquello es el mundo”. Cyrano de Bergerac es el
arquetipo de nuestro poeta. Mediante un sorites, solía decir: “Soy el mejor
estudiante del colegio X, el colegio X es el mejor colegio de París, París es
la mejor ciudad de Francia, Francia es la mejor nación del mundo, luego yo soy
el mejor estudiante del mundo todo”.
“El mayor de todos los peligros para el hombre” –
advierte Martí – “es el empleo total de su vida en el culto ciego y exclusivo
de sí mismo”, y en esta práctica fue diluviano quien creyó tener manos de
marqués y vivió temiendo a “la aterrorizadora igualdad”. Estemos pues
orgullosos de tener nuestro Cyrano de Bergerac criollo.
* Escritor autodidacta
EXORDIO A “UN MANIFIESTO”
MANUEL ARAGÓN BUITRAGO
Cuando el 9 de Julio del 2012 se me
brindó a mí, un hijo del pueblo, la oportunidad de dar una conferencia en el
Teatro Nacional Rubén Darío, me tocó enfrentarme al connotado dariano Dr. Jorge
Eduardo Arellano. Fue el enfrentamiento de un David contra un Goliat, qué,
anunciado por los diarios, despertó natural expectativa, más, como en el
bíblico relato, el gigante Goliat fue vencido por el débil David, que
esgrimiendo su divisa: “Soy un
combatiente del pueblo armado de argumentos explosivos”, supo manejar
dialécticamente la honda de sus conocimientos darianos.
Desgespenst, uno de los comentaristas
a mis artículos de la Página de Opinión de El Nuevo Diario, comenta: “Lo que ha existido son más aduladores de
Darío que admiradores, más fanáticos que estudiosos, es por eso qué, cuando
aparece Aragón Buitrago tratando de exponer un ángulo diferente “que está
contenido en los escritos de Darío”, aparecen en coro desafinado los aduladores
y fanáticos, horrorizados por el sacrilegio de Aragón Buitrago, pues toca al
mito con las manos sucias de un autodidacto, se atreve a ponerle unas cuantas
nubes negras al intocable y refinado Rubén”.
El Dr. Arellano abandonó el teatro
intempestivamente, muy a pesar de suplicarle no lo hiciera, pero tuvo la
nobleza, al siguiente día, temprano por la mañana, de hablarme para
felicitarme, enviándome además, por medio de nuestro común amigo, Ing. Bayardo
Cuadra, dos de sus libros, uno de ellos con hermosa y laudable dedicatoria.
Managua, 23 de abril de
2014
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