¿Federico Nietzsche
nihilista?
Hay que
tener mucho cuidado con lo que se lee y a quién se lee. Existen lazarillos que
pueden empaquetarnos la mente en el caos de la confusión, la duda o el engaño.
Manuel Aragón Buitrago | Opinión
Nietzsche ha sido frecuentemente mal interpretado. Un prestigioso
colaborador de la página de opinión (END, 26 enero 2013) lo califica de
nihilista. Según el Larousse, nihilismo es la negación de toda creencia.
Rubén Darío, siempre errático, dice de Nietzsche: “El último, verdadero
y peligroso enemigo de toda creencia en el pensamiento contemporáneo, ha sido
la obra del anticristo alemán, que fue empujado por una espada de fuego hasta
un manicomio”. Unamuno tampoco lo entendió, y desbarra diciendo: “La grosera y
blasfema escuela de Nietzsche a favor del llamado superhombre”.
Uno de los biógrafos de Nietzsche aclara: “El superhombre, otra de las
ideas fundamentales de su doctrina, y a la vez tan tergiversada “como la
voluntad de poder”, no es un superman de ficción, sino la afirmación del hombre
como ideal alcanzable desde el hombre, cuya superación no es más que el
desarrollo progresivo de suscualidades. Es una esperanzada pretensión utópica, como afirmación de
la individualidad frente al temor de una masificación creciente y amorfa”.
Es por eso que Nietzsche ejemplariza a Napoleón Bonaparte como el
arquetipo del superhombre, definiéndolo como “síntesis de inhumanidad y
superhombre”. ¿Quién ignora que un advenedizo como Napoleón, hizo que se
inclinaran ante él los legítimos príncipes de la sangre de Europa entera?
Ortega y Gasset afirma: “Los que viven sin esfuerzo de superación sobre sí
mismos, son boyas que van a la deriva”.
Respecto a las creencias religiosas, es improcedente calificar a
Nietzsche de nihilista. Escuchémosle: “Lo que hay bajo la epidermis humana es
algo horrible, una ofensa a Dios y al amor”. De Jesucristo expresa: “Este
mensajero de la “buena nueva” murió del mismo modo que vivió, como lo había
enseñado: la forma como se comportó ante sus jueces, sus verdugos y sus
acusadores, frente a todas las calumnias y burlas que hubo de sufrir; su
actitud cuando estaba clavado en la cruz. No ofreció resistencia, no hizo lo
más mínimo para alejar de sí la situación extrema a la que se vio abocado; más
aún, la provocó. Oró, sufrió, amó a quien le causó dolor. No se defendió, no
montó en cólera, no hizo a nadie responsable; por el contrario, no ofreció
resistencia a los malos, sino que los amó”.
Si en el campo de la política fue nihilista, sus razones tuvo.
Escuchemos el tronar de su artillería pesada: “¿Estado? ¿Qué es eso? ¡Bien!
Abrid los oídos, pues voy a deciros sobre la muerte de los pueblos: Estado se
llama el más frío de todos los monstruos fríos. Es frío incluso cuando miente;
y ésta es la mentira que se desliza de su boca: ¡Yo el Estado, soy el pueblo!
¡Es una mentira! Creadores fueron los que fundaron pueblos y suspendieron
encima de ellos una fe y un amor: así sirvieron a la vida. Aniquiladores son
quienes ponen trampas para muchos y los llaman Estado: éstos suspendieron
encima de ellos una espada y cien concupiscencias. Donde todavía hay pueblo,
éste no comprende al Estado y lo odia considerándolo mal de ojo y pecado contra
las costumbres y derechos. Todos quieren llegar al trono: su demencia consiste
en creer que la felicidad se asienta en el trono. Con frecuencia es el fango el
que se asienta en el trono, y a menudo el trono se asienta en el fango”.
¿Miente Nietzsche? Hay que tener mucho cuidado con lo que se lee y a
quién se lee. Existen lazarillos que pueden empaquetarnos la mente en el caos
de la confusión, la duda o el engaño. Un ejemplo de ello es el madrileño Luis
Marañón, que en su obra “Cultura española y América hispana”, afirma: “Bolívar
el Libertador, llegará a decir que las elecciones son el gran azote de las repúblicas”.
Bolívar dijo
otra cosa: “La continuación de la autoridad en un solo individuo ha sido el
término de los gobiernos democráticos. Las repetidas elecciones son esenciales
en los sistemas populares, porque nada es tan peligroso como el dejar
permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano, el poder. El pueblo se
acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la
usurpación y la tiranía. Un justo celo es la garantía de la libertad republicana,
y nuestros ciudadanos deben temer con sobrada justicia, que el mismo magistrado
que los ha mandado mucho tiempo, los mande perpetuamente”. Discurso de
Angostura, 15 de septiembre de 1819.
No hay que confundir el positivismo con el nihilismo, estimado
profesor. Según Alejandro Serrano Caldera: “Jamás ha existido un pensador más
radical y absolutamente demoledor que Nietzsche”.
* Escritor autodidacta
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