16 de marzo de 2013
Managua, Nicaragua | elnuevodiario.com.ni
El eterno drama del
minero
Manuel Aragón Buitrago | Opinión
En todo el mundo, las empresas mineras gozan del apoyo oficial,
comprando funcionarios gubernamentales civiles y militares. En su novela
“Germinal”, Emilio Zolá relata, de la vida real, el triste fin de las huelgas
mineras de Aubin, Ricamarie y Creusot, en la Francia post–revolucionaria, 1882:
“Los mineros eran víctimas de una explotación que se acrecentaba cada
día; constantemente se les disminuía el salario. La situación se volvió tensa
entre la Dirección y los obreros. Pronto estalló la huelga. La Compañía espera
pacientemente que el hambre, su mejor aliado, devuelva a los pozos a los
obreros, humildes y resignados. Poco a poco, bajo la amenaza, las provocaciones
y el aguijón del hambre que se clava en los estómagos de las mujeres y niños,
los obreros después de clamar, en una patética escena: ¡pan, pan!, se exasperan
y recurren a la violencia. En una hora de cólera, los pozos son devastados,
rotas las maquinarias, cortados los cables, vaciadas las calderas. Solamente
cuando aparecen los soldados y los fusiles abren una brecha sangrienta en las
filas de los obreros, la masa se detiene. Al cesar el tiroteo hay en tierra 14
muertos y 25 heridos. Los obreros vuelven a su servidumbre secular. La huelga
no ha cambiado nada”.
En Chile, país eminentemente minero, durante las huelgas mineras de
1890, que se extendieron por 14 ciudades, Darío, calificado por una escritora
francesa como “chantre” (cantor) de la clase alta, envió a “La Nación” de
Buenos Aires, una corresponsalía titulada: “La obra del populacho”, condenando
a los huelguistas y sus actos destructivos.
“Turbas son las gentes que destruyen sin causa “, afirma el sociólogo
inglès John Ruskin ( 1819-1900)
Darío, en su incurable ambivalencia, en su artículo “Los miserables”,
del libro “Crónica política”, describe con colores vivos la ralea de
delincuentes que integran las mafias mineras: “Otra gran causa de que exista el
vagabundo obrero, son las detenciones de los trabajos mineros. Las minas se
encuentran en manos de unos cuantos capitalistas, y éstos las manejan a su antojo. Hace algunos años, muchos individuos
que representaban juntos una suma de 100 millones de dólares, se reunieron para
acordar la suspensión de los trabajos mineros, con el fin de alzar el precio
del carbón. El resultado fue que miles de mineros se vieron de repente sin
trabajo, mientras que aquellos individuos se ganaban una suma de 8 millones de
dólares a causa del alza”.
Durante la dictadura, el abogado de las mineras era un prominente
somocista, el Dr. Mariano Argüello Vargas, Presidente del Senado. Así
fortalecían su seguridad.
Desde el 16 de febrero, Santo Domingo, Chontales, se ha visto
convulsionado por lo que es ya harto del conocimiento público. Según
declaraciones del alcalde, mil trescientos antimotines reprimieron brutalmente a
los huelguistas. Los prisioneros, según las indignantes imágenes que nos
presentó la TV, violando las ordenanzas de la Constitución, la Ley 228 de la
Policía y el Código Procesal Penal, fueron golpeados y pateados. El agravante
de estas acciones es que suceden en un gobierno “socialista, cristiano y
solidario”. Solidaridad, según parece, consistente en defender los intereses de
una empresa foránea, en un país que se precia de ser “libre, soberano e
independiente”
Un antimotín es un infortunado hijo del pueblo que se mete a policía
impelido por la pobreza, a devengar un infamante sueldo. Lo arman de un
garrote, y lo lanzan cual enfurecido lebrel, a garrotear a sus hermanos de
clase, en defensa de intereses que no son suyos.
Ya que son muchos los prohombres que permanecen mudos e insensibles
ante el dolor ajeno, creo oportuno citar estos versitos de la uruguaya Idea
Vilariño: “Siempre habrá alguna bota sobre el sueño efímero del hombre, una
bota de fuerza y sinrazón, pronta a golpear, dispuesta a ensangrentarse, cada
vez que los hombres se incorporan, cada vez que reclaman lo que es suyo, o que
buscan ser hombres solamente”.
Durante la graduación de unos reclutas en Potsdam, el Káiser les dijo:
“Debido a las maquinaciones de los socialistas, os veréis obligados a disparar
contra vuestros padres, contra vuestros hermanos. Quiera Dios que no suceda,
pero en tal caso, tendréis que obedecer ciegamente mis órdenes”. La obediencia
ciega sigue imperando ahora como antes.
Cuando se ha ofendido a un hombre, se ofende a una familia; cuando se
ofende a muchas familias, se habrá ofendido a un pueblo entero.
* Escritor autodidacta
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