Un réquiem para la filosofía
Manuel
Aragón Buitrago
- 31 Enero 2016
Cuando la norteamericana Paddy Lane, de Coyote Trail, Alaska, me regaló
una biografía del escultor francés Augusto Rodin, con dedicatoria,
calificándome de filósofo, me ruboricé. Después la profesora Aura Violeta
Aldana Saraccini, me obsequió una magnífica obra “Introducción a la filosofía”.
Dice ella: “La filosofía es una actividad humana inherente a hombres y mujeres.
Representa esa parte de la actividad humana que aspira a la constante búsqueda
del conocimiento infinito”. Afirma Cervantes: “Los montes crían letrados, y las
cabañas de los pastores encierran filósofos”. Estos fueron peldaños que me
convencieron que para ser filósofo, no es necesario ser un Aristóteles. Si
filosofía, etimológicamente significa “amante de la sabiduría”, todo aquel que
ame a esa ilustre señora, es un filósofo.
Dice Nietzsche: “La filosofía es el arte de la transfiguración”, pero si
el arte es la manifestación de lo bello, no todo ser humano anhela la
transfiguración. “Hay almas sombra sin anhelo” confiesa Darío. Émulos de Sancho
Panza, “de la cuna a la mortaja” pasan por la vida sin cambiar.
Filósofos subversivos fueron los artífices de las revoluciones francesa
y rusa. Los hay anodinos, insípidos “con una lengua sin luz ni temperatura, sin
calor del alma”, califica Ortega y Gasset. Los filósofos primigenios son una
especie extinguida, pero nos dejaron su precioso legado. Fueron firmes soportes
de la humanidad en sus luchas contra sus opresores.
La filosofía nació en Oriente hace tres milenios, y en su peregrinar
triunfante por continentales ámbitos, llegó a Occidente reciclada en Grecia. En
todas partes fue bien acogida, hasta su arribo a Nicaragua, donde a finales de
los años 90, fue defenestrada como materia indeseable de las universidades.
Crimen de lesa cultura, fue admitido sin que los mercaderes de la educación
protestasen, doblaron la cerviz mansamente y callaron. La educación en
Nicaragua comienza a degenerar cuando se suprimieron la Urbanidad, Moral y
Cívica, y con la expurgación de la Filosofía se le asestó la última estocada
mortal, haciéndonos retroceder a las cavernas. “Dondequiera que la educación ha
sido desatendida, el Estado ha recibido un golpe funesto”, señala Aristóteles.
Indica Bolívar: “El gobierno forma la moral de los pueblos, los encamina a la
grandeza y a la prosperidad. ¿Por qué? Porque teniendo a su cargo los elementos
de la sociedad, establece la educación pública y la dirige. La nación será
sabia y virtuosa, si los principios de su educación son sabios y virtuosos;
ella será imbécil, supersticiosa, afeminada, y fanática, si se le cría en la
escuela de estos errores. Por esto es que las sociedades ilustradas, (óigase
bien, “ilustradas”), han puesto siempre la educación entre las bases de sus
instituciones políticas. Las naciones marchan hacia el término de su grandeza,
con el mismo paso con que camina la educación. Ellas vuelan si vuela,
retrogradan si retrograda, se precipitan y hunden en la oscuridad si se
corrompe o absolutamente se abandona”.
En el diálogo platónico “El banquete”, cuenta Sócrates: “Entre los
bárbaros es prohibida la filosofía debido a las tiranías, ya que a los
gobernantes no les conviene que se engendren en los gobernados grandes
sentimientos y sociedades sólidas”. Por el mismo motivo, en el siglo primero de
nuestra era, un decreto proscribió de Roma a los filósofos. En Nicaragua no
tenemos un gobierno tiránico, pero se está imitando a los bárbaros si la
filosofía no retorna airosa a ocupar el pedestal que ocupa en Oxford,
Cambridge, Minnesota y Berkeley.
Asevera Nietzsche: “El hombre es algo informe, un simple material, una
deforme piedra que necesita la acción del escultor”. El único escultor capaz de
transformar la bestia en hombre, es la filosofía. Afirma Aristóteles: “Reinar
sobre hombres es mejor que reinar sobre bestias salvajes”. Rousseau aduce: “No
es obligado hacer del hombre un filósofo sin antes hacer de él un hombre”.
Aristóteles es el filósofo más citado por escritores y en universidades.
Sería ideal que la juventud leyera sus obras, sufrirían lo que el estagirita
llama “una entelequia”, un cambio, cosa imposible sin el amor por la lectura.
Gertrudis Gómez de Avellaneda dice de la poesía: “¡Mil veces
desgraciado, quien al fulgor de tu hermosura, ciego en su alma inerte y corazón
helado, no abriga un rayo de tu dulce fuego! ¿Qué es el mundo sin ti?, templo
vacío, cielos sin claridad, cadáver frío”. Lo mismo sería la vida sin
filosofía, “templo vacío, cielos sin claridad, cadáver frío”.
Actualmente, mi filósofo predilecto es Nietzsche, el Dr. Alejandro
Serrano C. dice de él: “Jamás ha existido un pensador más radical y
absolutamente demoledor que Nietzsche”.
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