sábado, 21 de enero de 2017

LA ICONOCLASTIA EN DARÍO

LA ICONOCLASTIA EN DARÍO
Manuel Aragón Buitrago
“Yo no soy iconoclasta. ¿Para qué? Hace siempre falta a la creación el tiempo perdido en destruir”. Rubén Darío. Dilucidaciones de “El canto errante”. Madrid, 1907.
“Iconoclasta – me ilustra el diccionario de sinónimos y antónimos-, arrasador, destructor, vandálico, perturbador”.
Dice un adagio popular que el pez por su boca muere, y esto se cumple a cabalidad en Darío. El virus de la pasión por iconoclastar a personalidades dignas de augusto respeto anido siempre en su mente. Aristóteles, Emilio Zolá, Federico Nitzsche, Walt Whitman, Andrés Bello, José Joaquín Olmedo, fueron víctimas de la segadora haz de su venenosa e injusta crítica pero hoy me ocupare de su pretendida y fallida difamación al patriota irlandés Jonathan Swift en su libelo “apología de la risa” correspodiente a su libro “mundo adelante”.
Jonathan Swift (1667- 1745), es el autor de la bella obra “Los viajes de Gulliver”, en la cual critica la corrupción y despotismo del gobierno opresor de su amada Irlanda, con una pluma humorística, pero punzante y corrosiva que no tiene nada que envidiar Rabelais (Rabelé) el gran satírico galo, por lo que Voltaire le llamó “el Rabelais irlandés”.
“Escribo – dice Swift - , con el nobilísimo fin de informar e instruir al género humano, propósito para el que puedo, sin modestia, preciarme de cierta superioridad, basada en las enseñanzas recibidas durante largo tiempo que conversé con los houyhnhnms (habitantes de país imaginario) más eminentes. Escribo sin mira alguna de provecho ni de nombradía, sin dar jamás curso a una palabra que pueda parecer repercusión de afectos personales o suponer la menor ofensa, aun para aquellos que más pronto estén a tomarla, así que espero tener justo derecho a calificarme de autor completamente irreprensible, contra el cual los ejércitos de la réplica, el examen, la observación y la averiguación, no encontraran nunca motivo para ejercitar sus talentos”.
En su Exposición, Swift no contó nunca con el talento obtuso de Darío. Me adelanto a decir, que Darío poseía dos talentos; uno agudo, otro romo. Para sus mejores pensares usó el primero, para sus ponzoñosas ruindades el segundo. Esto no escapa al lector inteligente dotado de ético y estético discernimiento.
Swift no fue único patriota que criticó a Inglaterra, lo hizo también Oscar Wilde comparándola con Calibán, el personaje de instintos salvajes de la obra de Shakespeare “La Tempestad”. El prócer irlandés Daniel O´Connell que hizo votar el acta de emancipación de Irlanda, hizo llorar a Charles Dickens cuando relató en el Parlamento ingles los sufrimientos de su pueblo. Dickens, siendo inglés, tampoco dejó de hacer las más acerbas y vigorosas críticas a la corona. Sólo Darío, que era de índole controvertida y disparatada, pudo llamarle “la noble Inglaterra”, después de los vejámenes a que sometió a Nicaragua relatados por él mismo. Los discípulos de Heródoto no desconocen las crueldades cometidas por los ingleses en sus colonias.
No deseo entrar en acción sin antes citar dos pautas lógicas darianas: “La opinión sin el conocimiento es floja y sin valor”. “cuando la mueve su pasión, su interés o su conveniencia, la civilización europea es más bárbara que los bárbaros”.
Escuchemos al antinómico e irreverente Darío disertar en su libelo “apología de la risa”. “En la historia literaria existe una figura extraña, representación del egoísmo y de la dañina burla: Swift. No le atormenta el spleen británico, la enfermedad nacional. Es un espíritu emponzoñado, lleno de cruda misantropía: Especie de hombre -  escorpión, siempre listo para asestar el garfio que inocula el veneno. Su arma fue la risa; pero ella es en él salvaje bufonería, cruel dardo de un ser dañino; su talento era corrosivo como un frasco de ácidos; fue el exacto tipo del “panfletista”. El creador de Gulliver hizo del sonoro y buen metal de la risa un puñal, que puso en manos de su ambición y su rabia. Swift, en medio de su hipocondría y de su ruindad, solamente obedece a sus pasiones, y arroja su chiste al rostro de la sociedad como un vaso de vitriolo. Mal haya aquél que en el buen campo, que Dios le dió, cultiva plantas venenosas y llena de espinas! Swift, funesto sembrador, sembró en su huerto cactus y ortigas. Reía con gracia mala. El gracioso era mal hombre. El caso de Swift se repite con alguna frecuencia en escritores que, si no lo igualan en talento, lo superan en maldad. Emplean su habilidad, más o menos crecida, en desgarrar. Hacen de la sátira el arma de su rabia. Alfredo de Musset en su verso de oro nos dice que ser admirado no es nada; el asunto es ser amado.” Darío fue prolijo en crear y citar bellos preceptos morales cuyo primer vulnerador fue él.
¡Qué horror! Qué alud de calumnias y mentiras usa Darío contra un ilustre patriota que como Bolívar y Martí tuvo la virtud de luchar por la libertad de su país.
El enciclopédico VOX dice de Swift: “Prosista vigoroso, lleno de pasión y de ingenio, satírico implacable y el más agrio de los humoristas. Representante típico de la crítica demoledora de la época. “Los viajes de Gulliver” son una sátira a Inglaterra y a la sociedad humana; y libro de fama universal por la originalidad de la fábula en que se fundamenta”.
Y pensar que éste ardoroso detractor de Swift es el mismo que dijo: “¡Viña de la inmortalidad, dame el fruto de la verdad!”. “no me avengo con bajos pensamientos y vulgares palabras”. “hemos de ser juntos, hemos de ser buenos, hemos de olvidarnos de todos los odios, de toda mentira, de toda ruindad”. “Mas por gracia de Dios en mí conciencia, el bien supo escoger la mejor parte”. “Mí intelecto libré de pensar bajo”, y otras sofisterías en que fue exuberantemente primaveral.
“No dejes que tu boca te haga pecar”, recomienda el Eclesiastés. “no todas las palabras convienen a todas las bocas”, sentencia Nietzsche.
Según confesión propia, uno de los primeros que leyó Darío, fue El Quijote, pero parece no haber capitalizado el consejo cervantino: “Enfrena la lengua, considera y rumia las palabras antes que salgan de la boca”. La discreción es la gramática del buen lenguaje”; prefirió seguir el ejemplo de la Locura de Erasmo de Rotterdam: “a mí siempre me ha gustado decir lo que se me viene a la boca”.
¡Gracias José Ingenieros por haberme enseñado que los hombres excelentes no saben envenenar la vida ajena!
Yo me pregunto, ¿qué circunstancias motivaron a Darío a sudar calentura ajena? Él fue siempre un haz de contracciones aquejado de laberintitis mental, para combatirlo como desacertado crítico, nada tan eficaz como escrutar su artículo “La crítica”; Madrid, 1899, armado del escalpelo de la razón, contiene un arsenal de argumentos para contradecirle.
“La crítica anota Darío en su artículo -, tiene que encogerse, tiene que rebajarse para ser aceptada. Todo el mundo puede tratar de cualquier cosa con un valor afligente. No llamo censura a los gritos de la burla baladí que todo lo mancha y pisotea. Ruindades de bufón inmoral en sus injusticias de momo no faltan. Alardes de procaz insulto, de falta de respeto a ideas y legítimas autoridades, abundan; pero eso ¿qué tiene que ver con la crítica honrada, concienzuda y edificante? Comprendo lo grave que encierra el trabajo de pensar y juzgar”.
Implacable lictor, fue el más genuino infractor de sus preceptos. Irreflexivo crónico, no se tomaba el trabajo de pensar ni de indagar para juzgar. Su artículo es un formidable bumerán que se vuelve contra él mismo. Su irrespeto a legítimas autoridades del mundo intelectual fue masivo.
En su poema “Los cauterios”, reprocha a Zoilo por su crítica a Homero: “Zoilo, lleno de lodo y enfermo de gangrena que le vicia, ebrio y desatentado, osa al genio sagrado y le arroja a la cara su inmundicia”, pero él lo emula y supera lanzando a la cara de Swift sus inmundicias.
Darío fue émulo del dromedario fabulesco que se fijó en la joroba del camello olvidando que él tenía dos magníficas jorobas. Miraba defectos en todo el mundo e ignoraba los suyos que eran abundantes. “Conócete a ti mismo – exhorta Esquilo – eres mejor para amonestar a otros y no a ti mismo”.
Swift no escribió su obra riéndose ni para hacer reír a nadie. “Hay tiempos en que la sabiduría se convierte en una carga y en que el conocimiento se identifica con el dolor. Nada de risa donde nadie debe reír. No podemos llevar la risa a los amargos labios de Giacomo Leopardi”, nos dice Oscar Wilde en su obra “El crítico como artista”.
En el diálogo platónico “Gorgias, o de la Retórica”, Sócrates expresa: “Es más de lamentar vivir con un alma que no está sana, sino corrompida, injusta e impía, que con un cuerpo enfermo”.
Darío fue un ente enfermo de alma y de cuerpo. Su enfermedad del alma la evidencia en varios de sus escritos en que salen a luz la vulgaridad y la grosería que habitaban en su alma. Sus enfermedades psíquicas y corpóreas se las confiesa a Juan Ramón Jiménez en varias de sus epístolas, sobre todo “su terrible neurastenia”.
“La belleza, la armonía, y la gracia del discurso- enseña Sócrates- , son la expresión de la bondad del alma, de un alma cuyas costumbres son bellas y buenas. La falta de gracia y de armonía es la señal de un mal espíritu y de un mal corazón”.
¿Fué Darío un hombre de buenas costumbres? Invito a leer su autobiografía. Darío con sus críticas cayó canibalismo, no se devora a otros hombres despedazándolos solamente con los dientes, también con la pluma se desgarra y destruye, el tratar de deslucir a otros se convirtió en él en hábito mental. En su empeño en desprestigiar, mancillar e infamar a notables personalidades, hizo uso de la calumnia y de la mentira, sin percatarse, irreflexivamente, que estaba contribuyendo a su propio desprestigio. ¿“Podrá mantenerse puro un pájaro que a otro pájaro devora”?, interroga Esquilo.
Miente Darío cuando en su artículo “Los Colores del estandarte” dice: “Es la verdad: delante de la autoridad magistral, delante de los espíritus superiores, soy modesto y respetuoso”. Cuento para quienes no le conocen.
Todos los falsos defectos que Darío imputa a Swift, son pinceladas de un autorretrato salido de lo más profundo de su hontanar, además de demostrar que al adjetivar no usaba bien el castellano.
“Podemos tener un gran talento – dice Don Miguel de Unamuno- , lo que llamamos un gran talento, y ser un estúpido del sentimiento y hasta imbécil moral”. ¿Quién se atreve a negar que Darío fue un ser sin sentimientos y un imbécil moral?
“La grosería – sentencia Aristóteles- , rebaja al hombre al nivel de la bestia”, y Darío, fue grosero.
“La vulgaridad en un cierzo que hiela todo germen de poesía capaz de embellecer la vida”, afirma José Ingenieros, y Rubén, fue vulgar.
“La verdad sangrienta es también verdad” poetiza Martí.
“La salsa del ridículo es un don especial del lobo humano. Al lobo humano parece que el arte le pusiese en el hígado una extraña y áspera bilis”, confiesa Darío. Aunque en esta repartición a él le tocó una mayor parte de bilis, se equivoca al mezclar el arte con lo ridículo.
En “El canto errante” tiene Darío una poesía que en su inveterado afrancesamiento titula “Fant mieux”, pero que en cervantina lengua significa “Tanto mejor”. He decidido trasplantarla, ya que en ella afirma el poeta con estético estilo que la gloria de los grandes hombres, no hay nube que pueda oscurecerla. “no hay proa que taje una nube de ideas”, dice Martí.
“Gloria al sapo y a la araña y su veneno, gloria al áspero errar, gloria a la insidia, gloria a la cucaracha que fastidia, gloria al diente del can de rabia lleno, gloria al odio bestial, gloria a la envidia, gloria a las ictericias devorantes que sufre el odiador. Gloria a la escoria que carece de luz de los diamantes; pues toda esa miseria transitoria, hace afirmar el paso a los atlantes cargados con el orbe de su gloria”.
Darío escribió siempre cosas dignas de aplicárselas a él, todas estas glorias son a propósito para su propia glorificación.
Swift no fue egoísta. El spleen británico no tenía por qué atormentarle ya que él no era británico, además de que el spleen no aquejaba al pueblo trabajador, sino a las clases altas. “Víctimas del spleen los altos lores”, dice Juan de Dios Peza. “El spleen – afirma Swift- , sólo hace presa en los holgazanes y en los ricos”. En cuanto a lo de misántropo, bufón y panfletista, fueron debilidades más propias de su censor que de Swiftr. Darío fue toda su vida histrión congénito de los poderosos. ¿Hipocondríaco? Nadie más hipocondríaco que él, oigamos sus gimoteos: “Quiero expresar mi angustia en versos…”, “En las horas amargas que he sufrido…”, “En este mundo de duelo y aflicciones…”, “Yo supe de dolor desde mi infancia”, “¿por qué mojan mis labios sólo melancolías que corren hasta mi alma como corrientes frías?”, “En estos versos de dolor impregnados, como en un vaso vierto en ellos mis dolores… las tristes nostalgias de mi alma, y el duelo de mi corazón tristes de fiestas”. La desfloración amarga de mi vida”.
El único artífice de la desfloración de su vida fue el mismo, así lo confiesa: “En cuanto a la bohemia inquerida, ¿habría yo gastado tantas horas de mi vida en agitadas noches blancas, en la euforia artificial y desorbitada de los alcoholes, en el desgaste de una juventud demasiado robusta, si la fortuna me hubiera sonreído y si el capricho y el triste error ajenos no me hubieran impedido, después de una crueldad de la muerte, la formación de un hogar?”
“Con el mal moral siempre fue a la par el físico”, afirma Emmanuel Kant. En la introducción a las obras completas de Darío editadas por Afrodisio Aguado se lee: “Rubén era ya entonces lo que continuó siendo toda su vida, dado a amoríos y al alcohol, inconsciente y pendenciero, con un corazón de niño irresponsable”.
“los viajes de Gulliver”, asevera el Larousse, es la sátira mordaz contra la sociedad inglesa. Swift defendió ardorosamente la causa de Irlanda. La obra es tan genial que influyó poderosamente en el carácter de un hombre tan difícil como Voltaire, miembro de casi todas las academias culturales de Europa. “La  pasión por los viajes – cuenta David Satrauss en la biografía de Voltaire- , extiende su radio de acción hasta las estrellas en el cuento Micromegas, historia filosófica, inspirado muy de cerca en la manera de Swift”.
¿Qué motivaría a Darío, me pregunto yo en páginas anteriores a verter toda su ponzoña de hombre –escorpión en contra de Swift? ¿No sería que se sintió aludido referente a su traición al Dr. Rafael Zaldivar cuando Swift expone: “Aquel que paga con traición a su bienhechor ha de ser necesariamente un enemigo común del resto de la humanidad, que no le ha hecho beneficio ninguno, y, por tanto, tal hombre no es a propósito para esta vida”?
“los versos Yámbicos – certifica Aristóteles - , la injuria y la calumnia”, ingredientes que no dejó de usar Darío en algunos de sus artículos. Si mi ensayo no gusta a los darianos patológicos, espero me combatan con argumentos convincentes, fiel discípulo de Sócrates, “soy de los que gustan de que se les refute cuando no dicen la verdad, y de refutar a los otros cuando se apartan de ella, complaciéndome tanto en refutar, como en ser refutado”.


Miércoles, 31 Agosto 2016.

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