EN
DEFENSA PROPIA
Manuel Aragón
Buitrago
Tengo
92 años, durante 36 de ellos he escrito en El Nuevo Diario. Me conceptúo su
Decano. Con mi pluma he honrado sus páginas. Siempre al escribir, he tenido
presente dos principios éticos, el juramento de León Tolstoi: “No mentir
hablando, ni mentir callando”, y el consejo de Rafael Mainar en “El arte del
periodismo” : “Cuando haya que emplear como arma la pluma, debemos acordarnos
de la vieja leyenda de los toledanos aceros: no me saques sin razón, ni me
envaines sin honor”.
Por
la publicación de mi escrito “Darío por Darío”, filisteos anónimos me han
lanzado piedras con honda de notoria ignorancia. Faltos de argumentos, recurren
al insulto y la calumnia imputándome culpas existentes solamente en sus
caóticos cerebros, ignoran que en el mundo de las ideas, no hay campo para la
ignominia, ni sitio para la vulgaridad. Privados de facultad perceptiva e
interpretativa, no entendieron mi exposición.
“Existe
una ley que obliga a respetar la imagen de nuestro Bardo Universal, es la ley
333, debemos apegarnos a ella”, dice uno de ellos.
Ilustro
al señor, en su obra jurídica “Introducción al Derecho”, Sir Paul Vinogradoff
dictamina: “Ni el Estado, ni su Derecho, pueden asumir la imposible tarea de
influir sobre todos los derechos que implica la vida social y obligar a los
individuos en su selección y gestión. Las normas jurídicas tratan de regular la
conducta de los hombres, sus acciones y actividades externas; no aspiran a
regir sus pensamientos y deseos. El objeto del Derecho es conseguir el orden
social, y, por lo tanto, regular las relaciones entre los hombres, no su
conducta íntima”.
“¿Por
qué El Nuevo Diario publica un artículo que viola la ley 333?”, pregunta otro.
El
Nuevo Diario ejercita un periodismo profesional, que de acuerdo al gran
uruguayo José Enrique Rodó, debe ser “Cátedra y púlpito, ágora y academia”.
Tienen además, conocimiento, de los Derechos Humanos de los cuales es nuestro
país signatario, entre ellos la libertad de expresión.
El
filósofo alemán Emmanuel Kant (1724-1804), observa en su obra “Filosofía
política”: “Es preciso que haya libertad de expresión y de prensa en un Estado,
¿por qué otro medio podría el gobierno alcanzar los conocimientos que favorecen
su propia intensión esencial? La libertad de la pluma es el único paladín de
los derechos del pueblo”.
“No
existe comején devora libros que pueda opacar la gloria del rey de la lengua
castellana”, expone otro, que en eufórico arrebato le da Golpe de Estado a
Cervantes. En cuanto a lo de comején devora libros, el exponente ignora, que
escritores como Charles Dickens y Máximo Gorki, fueron comejenes devoradores de
libros. Kant solía decir: “Yo siento toda la sed por el conocimiento y la
inquietud desasosegada de conocer siempre más”. Johann Herder, testifica de él:
“Con el mismo espíritu que sometía a prueba los escritos de Leibniz,
Baumgarten, Crusius y Hume, seguía las leyes materiales de Kepler y de Newton.
Acogió todos los descubrimientos de la naturaleza que llegaban a su conocimiento”.
Escuchemos
a Darío: “En un viejo armario encontré los primeros libros que leyera. Era un
Quijote, las obras de Moratín, Las mil y una noches, la Biblia; Los Oficios de
Cicerón; La Corina de Madame Stael, un tomo de comedias clásicas españolas y una
novela terrorífica, de ya no recuerdo que autor, La caverna de Strozzi. Amante
de la literatura clásica, me he nutrido de ella”. Los comejenes devora libros y
los asnos somos producto de la naturaleza, diferenciados por el uso de la
razón.
“Muy
pequeño es el cerebro de su enemigo, y muy grande el odio que le profesa”, dice
otro desconocido. El índice cefálico de un hombre, que es de 35 grados, no
puede ser evaluado por quien tenga el grado cefálico de una gallina que es de
0,001. En cuanto a lo del odio, el odio engendra odio. Darío escribió artículos
que solo pueden tolerar sin inmutarse quienes carecen de dignidad, autoestima,
o amor propio y al prójimo.
Que
el señor Aragón moje su pluma en agua bendita antes de escribir sobre nuestro
glorioso panida”, recomienda otro incógnito. El caballero ignora que su ídolo
para escribir “Dinamita”, “La raza de Cam” y “La obra del populacho”, alimentó
su pluma con vitriolo. A pesar de haber leído a Cervantes, olvidó su consejo:
“Enfrena la lengua, considera y rumia las palabras antes que te salgan de la
boca. Los agravios despiertan la cólera en los más humildes pechos”.
Darío
aconseja: “No toquéis a quien maneja las ideas”, y recuerda la apocalíptica
sentencia de Enrique Heine: “¡Ten cuidado rey de Prusia con los poetas, te
pueden meter en los infiernos!”.
Escritor y poeta
Tel.: 2268-9093
31.05.16
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