LA GRÚA
Manuel
Aragón Buitrago
Nuestra
Revolución fue epopéyica, digna de ser cantada por homérico bardo. Se luchó con
balas y canciones. Niños, mujeres y ancianos se fusionaron en un solo cuerpo
bélico. La ciudad y el campo se unieron fraternalmente para la épica tarea.
Eufóricos, mandábamos a nuestros hijos al combate como las madres espartanas
que los despedían diciéndoles: “¡Vuelve con tu escudo, o sobre tu escudo!”. Muchos, no volvieron.
He
recopilado las cartas que nuestros hijos nos enviaron “desde algún lugar de
Nicaragua”. Humberto Emilio en el Batallón 95-32; Manuel Orlando en las “Tropas
Pablo Úbeda”; Roberto Rommel, cortando café. Estábamos orgullosos de ellos.
Cierta vez que Humberto vino apermisado, gritaba dormido: “¡Allí vienen, allí están!”,
Y sus gritos nos laceraban el alma. En una de las partidas del Batallón, fue su
madre a despedirlo, pero ya se habían ido, se desmayó, hubo de ser atendida por
un acompañante. Regresó llorando; pero las lágrimas aún fluyen a nuestros
cansados ojos cuando juntos releemos sus cartas. Ya nuestro Humberto está
muerto, decepcionado, emigró, murió físicamente en Alabama el primero de julio
del 2004, pero espiritualmente, ya lo habían matado desde mucho antes.
Vivimos
en Altagracia, sector de “La Racachaca” hace 62 años, hasta hace poco,
tranquilos, mi esposa tiene 84 años, yo, 92. Nuestros hijos y nietos nos
visitaban trayéndonos alegría, pero eso terminó, ha aparecido una grúa apoyada
por agentes irónicamente llamados “del orden” que se lleva los vehículos estacionados
frente a nuestras casas.
Nuestra
calle tiene capacidad de cuatro carriles, sede de diversos negocios, si un
cliente parquea su vehículo, aparece la grúa. Los camiones licoreros permanecen
horas estacionados y hasta ponen conos rojos conscientes de su impunidad. El
vicio, y no los sentimientos familiares goza de prioridad. ¿Es ésto
constitucional? ¿Es éste
un Estado de Derecho? ¿Somos hombres libres o súbditos?
Daniel
comenzó su carrera política con discursos callejeros seguido y aplaudido por un
pequeño grupo integrado por Francisco Moreno, que muere en acción en Pancazán,
Roberto Amaya y Hugo Medina, asesinados por Alesio Gutiérrez en Monseñor
Lezcano, y el suscrito. Entonces Daniel no tenía nada que dar, y era peligroso
acercársele, ahora le abundan “amigos”. Waleska, hija de Medina, me obsequió
una foto de su padre que guardo con sentimental aprecio revolucionario.
El
12 de julio, siete días antes del triunfo, fui capturado por guardias
disfrazados de sandinistas, un culatazo me distorsionó la columna, y, todo
¿para qué?, para que ahora un oscuro personaje que no disparó ni un petardo
chino, investido de autoridad que no se ganó, venga a atormentarnos con su grúa
distanciándonos de hijos y amistades y en mala hora, por la aproximación
electoral. Se están generando odios, y el odio, ha sido la fuerza motriz que ha
engendrado las grandes rebeliones. Si se ofende a un hombre, lo siente su
familia, y cuando a muchos hombres, se habrá ofendido a un pueblo entero. Quien
siembra vientos cosecha tempestades. El uso de la grúa puede tener su costo
político. La matemática política enseña que es mejor multiplicar que restar.
El
sábado 9 de abril presencié algo grandioso que me recordó los tiempos de
heroica rebeldía. La grúa intentó llevarse el carro de una señora, la hicieron
llorar, pero el pueblo enfurecido no lo permitió. La vida nos ha enseñado que
tanto intimidaron los Garand del pasado, como las pistolas del presente, pero
ya se le está perdiendo el miedo a las pistolas, como se le perdió a los Garand.
“Nada hay más monstruoso –dice Aristóteles-, que la injusticia armada. La
justicia es una necesidad social, porque el Derecho es la regla de la vida para
la asociación política, y la decisión de los justo, es lo que constituye el
Derecho”.
Hace
algunos años, estando en El Nuevo Diario, mi editor, Ricardo Trejos Maldonado,
me propició hablar con Daniel. Recordamos cuando para un “Primero de mayo”
fuimos a hablar con Chagüitillo tratando de fusionar a obreros y estudiantes;
cuando en casa de Pedro Turcios se le dio un Pergamino al Dr. Aquiles Centeno Pérez.
Ahora estamos distanciados, el poder político y el dinero son factores disociadores.
Samuel Santos fue mi amigo en la llanura, ahora ya no lo es. “Vanidad de
vanidades, dijo el predicador, todo es vanidad”. La vida palaciega es pura
ficción, la vida real la vive el pueblo llano.
Este
pueblo está siendo irresponsablemente provocado, pero ya no quiere retornar a
la montaña a “recomenzar –como el lobo- su aullido y su saña”. Mucho hemos
sufrido.
Escritor y
Poeta
Tel.:
2268-9093
22.04.16
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Favor evitar comentarios con palabras inapropiadas