LOS PROBLEMAS ECONOMICOS DE
DARIO
Manuel Aragón Buitrago.
En estas conmemoraciones de su
muerte,
Darío está siendo usado como betún por “el
señor todo el mundo”, para darse brillo. El manoseo al poeta raya en
execrable adulación en que se ha pasado de lo real a lo hiperbólico. Todo
cuanto se ha dicho en esta irreflexiva competencia de apasionada retórica es
repetitivo. Donde faltan la idea y la ilustración, es donde más se aglomeran
las palabras. Sus apologistas han caído en empalagosa androlatría.
De Remy de Gourmont Darío refiere: “Remy de Gourmont, autor para pocos,
escritor de una élite, está amenazado de la atención de todas las gentes. La
prensa le solicita, el reporterismo le busca. Dentro de poco me temo que el
nombre suyo sea, si no popular, vulgar. Vulgar en las citas, en las afirmaciones
de la mediocracia escribiente: Remy de Gourmont por aquí, Remy de Gourmont por allá;
y eso es terrible”. Igual pasa con Darío. Parece que el bardo metapeño está
a un paso de ser canonizado. Él, intuitivo, dejó dicho: “No gusto mucho del contacto popular. La muchedumbre me es poco grata
con su rudeza y con su higiene. Me agrada tan solamente de lejos”. En su artículo
“Dinamita” califica al pueblo de “masas
populares cerradas e ignorantes…turbas de descamisados”. Su aversión al
pueblo lo calcó de Horacio, que en sus odas es reiterativo diciendo: “Odio y rechazo al inconsciente vulgo”; “De
las musas griegas el aliento me concedió la Parca; ésto tan sólo, y el saber
desdeñar al vulgo necio”. ¿Qué diría Darío si volviera a vivir al verse
atosigado por tanta gente carente de ilustración? Seguramente imploraría: “¡No me defiendan compadres!”.
Uno de los más febriles escritores
daríanos, lamenta “las circunstancias
económicas de Darío, y el deterioro de su salud que fue irreversible”.
Darío se labró todos sus males. Nadie está obligado a compadecerse de quien no
tuvo compasión de sí mismo. Escuchemos sus confesiones: “París es embriagante como un alcohol”; “París recibe nuestras
frecuentes visitas y nos quita el dinero encantadoramente”; “Yo hacía vida de
café con compañeros de idéntica existencia, y derrochaba mi juventud sin
economizar los medios de ponerla a prueba”; “Claro que mi mayor número de
relaciones era entre jóvenes de letras, con quienes comencé a hacer vida
nocturna en cafés y cervecerías. Se comprende que la sobriedad no era nuestra
principal virtud. Rendíamos tributo a la gula”; “Gómez Carrillo como yo, usaba
y abusaba de los alcoholes”; “El licor sagrado mantiene la vitalidad de nuestro
cuerpo mortal”; “No conozco el valor del dinero, lo sé. No ahorro ni en seda,
ni en champaña, ni en flores. ¿He nacido acaso hijo de millonario?”. “De Buenos
Aires me volví a París. Me volví al enemigo terrible, centro de la neurosis,
ombligo de la locura”; ¡París! ¡El pecado, la corrupción, el campo del demonio!
Y los que llegan fuertes, jóvenes, sanos, con la primavera en el alma, París
los devuelve enfermos, viejos, rotos”; “Habían noches en que sufría tormentosas
nerviosidades e invencibles insomnios”. En carta a Juan Ramón Jiménez,
París, 21 de Octubre, 1904, le confiesa: “París
me ha hecho mucho daño”.
Rubén se compadeció del alcoholismo
ruso; del de Edgard Alan Poe: “¡Pobre
cisne borracho de pena y alcohol!”; del de Verlaine: “¡Pauvre Lelián! Le conocí en París en días de su triste bohemia”.
Del alcoholismo suyo no se condolió nunca. Existen diversas maneras de
suicidarse. “El rumbo de la vida de un
hombre – acierta Carlos Dickens-; presagia cierto final que se producirá si el
hombre persevera en sus vicios, pero si se modifica el rumbo, el final cambiará”.
Los últimos momentos del poeta los
reseña el escritor citado como de intensa alegría, escuchando el estallido de
cohetes y morteros. El profesor Edelberto Torres refiere todo lo contrario en
su obra “La dramática vida de Rubén Darío”. Con un buen guía los lectores marchamos
más seguros, pero hay que tener mucho cuidado con los “Lazarillos de Tormes” y
cohonestadores, pueden conducirnos por caminos extraviados. “Somos los hombres como mercancía – comenta Jacinto Benavente-,
valemos según la habilidad del mercader que nos presenta. Yo te aseguro- dice
el mercader-, que así fueras vidrio, a mi cargo corre que pases por diamante”. Darío,
como el Santo de Asís, hizo también sus confesiones. “La humanidad amará siempre a Rousseau- afirma Oscar Wilde-, por haber
confesado sus pecados no a un sacerdote, sino al mundo”. Lo mismo hizo
Darío. ¡Ser sincero es ser potente!, dijo
el poeta.
Escritor y
poeta
Telf.
2268-9093
15.02.16
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Favor evitar comentarios con palabras inapropiadas