miércoles, 10 de febrero de 2016



DARIO ENALTECE A JOSE MARTI

MANUEL ARAGON BUITRAGO
Darío capitaliza en su haber dos discursos apologéticos dedicados al apóstol insular y elaborados con las mejores galas de su ático estilo dignos de enmarcarse en oro purísimo. Uno corresponde a “Los Raros”, el otro a su Libro “Juicios”, que, aunados, suman 44 bellas páginas. Escuchemos del bardo su melódico canto: “Todos sabemos que José Martí era un gran poeta. Su labor oratoria y periodística se diría poemática, pues el asunto más árido aparecía decorado con la pompa de un lírico estilo. Usando siempre una sintaxis arcaica, ponía en la forma anticuada un brío y una fantasía llenos de ideas y conocimientos universales, y así resulta moderno y actual como pocos. Sus caudalosos discursos reflejan cosas estelares y  resuenan con magníficas armonías. Hay que leerlos de cierta manera a que obliga el imperio de la cadencia y la voluntad de la música. ¿Un don natural? Un don natural y una copiosa cultura, conocimiento de culturas antiguas y contemporáneas, y dominio de idiomas extranjeros, sobre todo el inglés. En muchos de sus escritos se siente como el clamor de una épica rediviva, y el lirismo siempre es desbordante y contagioso. Nunca la lengua nuestra tuvo mejores tintas, caprichos y bizarrías. ¡Y que gracia tan ágil, y que fuerza natural tan sostenida y magnífica! El cubano era como debería ser el verdadero superhombre: grande y viril; poseído del secreto de su excelencia. La piedad tenía en su ser un templo. Era orador, y orador de grande influencia. Arrastraba muchedumbres. Su vida fue un combate. Fue periodista, profesor, pensador, filósofo, pintor, músico, poeta siempre. Nadie como él para escribir no solo como quiere el gran loco alemán (Nietzsche), “con sangre”, sino con la íntima y magnífica substancia de su propio espíritu”.

“Martí adoraba a su hijo Ismaelillo, y para él escribió ese minúsculo devocionario lírico, un arte de ser Padre, lleno de gracias sentimentales y de juegos poéticos. Los “Versos sencillos”, publicados en Nueva York en linda edición, tienen verdaderas joyas. Otros versos hay, y entre los más bellos “Los Zapaticos de rosa”.”
A sus tiernos 17 años, con grillos en sus pies, escribe a su madre desde el presidio: “Mírame, madre, y por tu amor no llores, sí esclavo de mi edad y mis doctrinas, tu mártir corazón sembré de espinas, piensa que nacen entre espinas flores”. A su profesor Rafael María de Mendive el 15 de enero de 1871: “Dentro de dos horas embarco desterrado para España. Mucho he sufrido, pero tengo la convicción que he sabido sufrir. Y si he tenido fuerzas para ser verdaderamente hombre, sólo a usted lo debo, y sólo de usted es cuánto de bueno y cariñoso tengo”.
Guerrero lírico, clama: “Las piedras del Castillo del Morro son sobrado fuertes para que las derritamos con lamentos, y sobrado flojas para que resistan largo tiempo nuestras balas”. Darío dice de él: “Se puso a forjar armas para la guerra a golpe de palabra y a fuego de ideas”. Consciente de su sacrificio, escribe a su amigo mexicano Manuel Mercado un día antes de su caída: “Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber.
Al morir, Darío consternado exclama: “Y ahora, maestro amigo, perdona te guardemos rencor los que te amábamos por haber ido a exponer y perder el tesoro de tu talento. Ya sabrá el mundo lo que tú eras, pues la justicia de Dios es infinita y señala a cada cual su legítima gloria. La juventud americana te saluda y te llora; pero, ¡oh, maestro! ¿qué has hecho?, y estalla solemne: “El fúnebre cortejo exigiría los truenos grandiosos del Tanhäuser de Wagner, para acompañar a su sepulcro a un dulce poeta bucólico, irían, como en los bajos relieves, flautistas que hiciesen lamentarse a sus melodiosas dobles flautas y vibrantes coros de liras; para acompañar americanos todos, el entierro de José Martí. Necesitaríamos, su propia lengua, su órgano prodigioso lleno de innumerables registros, sus potentes coros verbales, sus trompas de oro, sus cuerdas quejosas, sus sollozantes óboes, sus flautas, sus tímpanos, sus liras, sus sistros. ¡Sí, americanos, hay que decir quien fue aquel grande que ha caído!
“La plenitud literaria, y la plenitud política en América, solo se han dado juntas en José Martí”, dice Roberto Fernández Retamar.
Editorial Porrúa ha honrado su memoria publicándole Ismaelillo, La edad de oro (25 cuentos) y sus Versos sencillos. La quinta Edición cuenta con diez mil ejemplares.

Escritor y poeta
Telf. 2268-9093


16.12.2015

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