domingo, 19 de abril de 2015

Ruben Dario la emprende en contra de Federico Nietzsche



Rubén Darío
la emprende en contra de Federico Nietzsche









Por Manuel Aragón Buitrago


“El artista – dice el escritor inglés William Somerset-, ya sea pintor, poeta o músico, con su arte sublime y bello, satisface el sentido estético; pero además también nos deja el don más grande: su personalidad”.

El escritor, de algo que debe cuidar como tesoro personal, es de su prestigio.

“Cualquier hábito del alma –razona Aristóteles-, suele orientar su naturaleza a cosas que pueden ennoblecerla o degradarla”, y aconseja: “Hay que meditar lo que se dice”.

“A mi siempre me ha gustado decir lo que se me viene a la boca”, expresa la locura en “El elogio de la locura” de Erasmo de Rotterdam, pero la razón recomienda cervantinamente: “Cada uno mire cómo habla o cómo escribe de las personas, y no ponga a trochemoche lo primero que le viene al magín”.

Con estos últimos nos encontramos a cada paso en los caminos literarios, y uno de ellos, irrefutable verdad, es Rubén Darío. A menudo se le escaparon del cerco de los dientes cosas reñidas con la razón. Su falibilidad como hipercrítico es indefendible.

Invito al lector a escuchar con atento oído y agudo sentido perceptivo lo que dice Darío de Federico Nietzsche: “El último, verdadero y peligroso enemigo de toda creencia en el pensamiento contemporáneo, ha sido la obra del anticristo alemán, que fue empujado por una espada de fuego hasta el manicomio”.

“El necio es mudable como la luna, el sabio permanente como el sol”, afirma el Eclesiastés, 27.12. No deseo continuar sin confirmar que Darío fue cambiante como la luna. Escuchemos lo que dice en otro de sus artículos: “Después de Verlaine desaparecieron Mallarmé y Villiers de L’Isle Adam, dejando en la historia de las letras francesas el resplandor de su luz indiscutible. Quedan los fuertes en su madurez: Henry de Regnier, altísimo poeta; Remy de Gourmont, cuya obra compleja, profunda, sabia, vigorosamente encantadora, dentro de poco tiempo, como la de Nietzsche, quizá conmueva al mundo”.

Darío cambia nuevamente de opinión respecto a Nietzsche: “Remy de Gourmont, autor para pocos, escritor de una élite, de una aristocracia mental internacional, está amenazado de la atención de todas las gentes. La prensa le solicita, el reporterismo le busca. Dentro de poco me temo que el nombre suyo sea, si no popular, vulgar, como el de Nietzsche. Vulgar en las citas, en las afirmaciones de la mediocracia escribiente”.


OTRA VUELTA DE TUERCA DE DON RUBÉN DARÍO

Solamente que esta vez acompañado de la razón, reivindica a Nietzsche, igualmente como lo hizo con Emilio Zolá.

En 1896, vio la luz la primera edición de “Los Raros”, compuesta de 21 artículos dedicados a igual número de escritores, pero en 1893, Darío concede primacía a Nietzsche dedicándole un artículo ya titulado “Los Raros”, y que es del cual me ocupo a continuación.

Oigámosle: “No hace muchos meses vivía en el Paraguay una señora alemana que, después de permanecer en la república vecina ocho años, partió al país de su nacimiento con el objeto de emprender una obra de gran resonancia. Esa señora se llama Elisabeth Foster Nietzsche, y es hermana de Federico Nietzsche, el artista-filósofo que recién penetró al templo de la fama universal. La hermana va a publicar las obras inéditas del autor de Zaratustra”.

 “¡Triste suerte la de Nietzsche! Durante su vida, sus trabajos no lograron la boga y el triunfo que él ambicionaba, y tan luego cae sobre él la noche de la locura, sus amigos le pintan a su antojo en sus ensayos, y sus mismos discípulos le desfiguran en recuerdos y biografías. Una vez más podrá decirse que cuando el maestro muere, siempre la biografía es escrita por Judas”.

“Fue el espíritu de Nietzsche, en cierto modo, gemelo del de Goethe; al menos, vése en él una idéntica comprensión del arte, un poder enciclopédico, y el apego especial a ciertos estudios, como el de la filología. Artista, pensador, pedagogo, filólogo, filósofo, la universidad de su vuelo no aminoraba el impulso de sus alas: lo que es innegable es que era un alma de elección, un solitario, un estilista, un raro. No tuvo la serenidad apolínea de Goethe: el cordaje de sus nervios vibraba demasiado intensamente al soplo de las ideas, de modo que un día hubo de llegar en que ese cordaje estalló como el de una lira demasiado templada, y el cerebro, frágil como un cristal, crujió entre los ásperos dedos de la alienación”.

“Cuando muere un grande hombre, brota la inevitable falange de los anecdotistas, de “personas que le conocieron íntimamente”, aunque apenas hayan oído de sus labios una sola palabra, y el pobre e ilustre difunto queda horriblemente amasado, deformado, profanado por las torpes manos”.

“Él no quería los favores del gran público, la vocinglería de ciertas famas, la, para ciertos artistas, desdorosa democracia de la gloria”.



“No existe, pues, de la vida y personalidad de mi hermano –dice Elizabeth-, sino una imagen confusa y falsa. No se extrañe, pues, si aun los respetuosos y los consagrados a él han sido arrastrados a menudo a las más singulares conclusiones”.

En efecto, no sólo Darío se ha expresado erradamente de Nietzsche. Unamuno dice de él: “La grosera y blasfema revuelta de la escuela de Nietzsche en favor del llamado superhombre y contra el supuesto ideal cristiano de una humanidad rebajada”.

El jesuita teólogo–filósofo Francisco Suárez en su obra “El Origen del Poder Político” expresa: “Incluimos en este nivel inferior la mística formada en torno al “superhombre” de Nietzsche, ese pobre desequilibrado muerto en 1900 tras un par de años de demencia aguda, porque no llega a ser humano, aquello en que la sangre ahoga al espíritu”.

Los científicos que han llegado a calcular la inteligencia del hombre por el peso en gramos de su cerebro (el de Darío 1.850 gr) creo se han equivocado, grandes sabios como Descartes, han producido estupideces, en cambio, y está probado, muchos animales, han demostrado más inteligencia que algunos seres humanos. En su obra “El lenguaje y el entendimiento”, nos dice Noam Chomsky: “Un mono puede perfectamente aventajar a un imbécil humano en su capacidad para resolver problemas y en otros tipos de comportamientos orientados por la necesidad de adaptarse al medio”.

“Cuantos se las dan de sabios –dice Nietzsche-, sus sentencias me hacen tiritar de frio: en su sabiduría hoy a menudo un olor de ciénega, y en verdad, ¡yo he oído croar en ella a las ranas!”.

Ni Darío, ni Unamuno, ni Francisco Suárez, dejaron a la humanidad el legado de sabiduría que dejo “Nietzsche el loco”, como le llamó Darío en uno de sus arrebatos psicopáticos.

Ese monstruo llamado religión y su instrumento maléfico, el fanatismo, oscurece la mente humana, y priva a la inteligencia de su facultad interpretativa, haciendo ver daltónicamente, las cosas diferentes de lo que realmente son, tal es el caso de Unamuno y Francisco Suárez.

En realidad, es mucho lo que se ha especulado acerca del superhombre de Nietzsche, por esto es preciso apelar al juicio de hombres suya sensatez está libre de la oscuridad del prejuicio, y uno de ellos es el ilustre letrado Don José Ortega y Gasset. Escuchémosle: “El verdadero tesoro del hombre                              es el tesoro de sus errores, la larga experiencia vital decantada gota a gota en milenios. Por eso Nietzsche define al hombre superior como el ser de la mas larga memoria. Romper la continuidad con el pasado, querer comenzar de nuevo, es aspirar a descender y plagiar al orangután”.

Pero una de las formas más aclaratorias de lo que es el superhombre de Nietzsche nos la da el editor de su obra “Ecce Homo”, en su introducción: “El superhombre, otra de las ideas fundamentales de su doctrina, y a la vez tan tergiversada como la voluntad de poder, no es un supermán de ficción, sino la afirmación del hombre como ideal alcanzable desde el hombre, y cuya superación no es más que el desarrollo progresivo de sus cualidades. Es una esperanzada pretensión utópica como afirmación de la individualidad frente al temor de una masificación creciente y amorfa”.

En pocas palabras, el super hombre es aquel que busca constantemente su superación personal (es por eso que Nietzsche califica a Bonaparte como ejemplo de “inhumanidad y superhombre”), y que en la filosofía aristotélica se conoce con el nombre de “entelequia”.

“Los que viven sin esfuerzo de superación sobre si mismos –dice Ortega y Gasset-, son boyas que van a la deriva”.

Los lictores de Nietzsche se regocijaron de su locura. Solamente no están expuesto a la demencia quienes no han dado nada en que pensar a la masa gris. Julio Goncourt murio loco; Swift, imbécil; Darío, loco; Bonaparte y Bolívar delirando, y no es corta la lista de poetas y escritores suicidas.

“Los autores deben comprender que existe una delicada raya divisoria entre la razón y la locura, la cual a veces cruzamos sin darnos cuenta”, asegura Carlos Chimal en su obra “El viajero científico”.

Nietzsche se anticipó a declarar: “El filósofo advierte un vínculo entre salud y filosofía, y si él mismo enfermara, se introduciría en la enfermedad con toda su curiosidad científica. Son abundantes los pensadores enfermos en las historias de la filosofía”.

“El cerdo por andar en cuatro patas, sus miradas están orientadas al suelo y limitadas a un horizonte de algunos pasos”, enseña Rousseau. Pareciera que algunos críticos tuvieran una óptica aporcinada.

¿Qué tienen que hacer entre los hombre los ojos que ven lejos, que buscan lejanías?, interroga Nietzsche, el loco más sensato que quienes se las dan de cuerdos.




Nietzsche con sus enseñanzas ha influido en grandes escritores, entre ellos: Thomas Mann, Herman Hesse, Rainer María Rierke, Stefan Zweig, Andre Malraux, Albert Camus y Jean-Paul Sartre. Solamente en Darío no influyo para nada.

Tengo casi todas sus obras. Mi cerebro es como el mar que arroja a sus costas todas las impurezas, pero en el caso de Nietzsche, es regio habitáculo de sus preceptos, soy uno de sus superhombre. El me ha modelado.

Nietzsche amó a los niños: “Me gusta estar echado aquí -dice-, donde los niños juegan junto al muro agrietado entre cardos y rojas amapolas. Son inocentes incluso en su maldad”.

Amó al obrero: “Por lo general el obrero no ve en la persona del empresario sino un ser perruno, astuto, opresor, que especula la miseria, cuyo nombre, fisonomía, moralidad y reputación le son indiferentes. Debemos confesar que los esclavos tienen, bajo todos los aspectos, una existencia más segura y más feliz que el obrero moderno, y que el trabajo servil es poca cosa en comparación con el trabajo del obrero”.

“Para nosotros, los filósofos, vivir quiere decir convertir en luz y fuego todo lo que somos y todo cuanto nos afecta”.

“Quienes somos generosos y ricos de espíritu, parecemos pozos al costado del camino, damos a todos de beber, pero no podemos impedir que nos arrojen sus inmundicias. No obstante, somos muy profundos, y siempre podremos mandar al fondo lo que nos arrojan y volver a ser transparentes”.

“Valerosos, irónicos, violentos. Así nos quiere la sabiduría: ella es una mujer, y ama únicamente a un guerrero”.

Contrario a lo que dice de él: “Yo no soy un hombre, soy dinamita pura”, albergaba dentro de sí mismo un corazón noble y una ambrosíaca dulzura. Oigámosle salmodiar sobre la música rusa: “La música rusa saca a la luz, con una simplicidad conmovedora, el alma del mujik (campesino ruso) del pueblo bajo. Nada habla más a mi corazón que las suaves melodías de esa música, todas las cuales son melodías tristes. Yo cambiaría la felicidad de Occidente entero por la forma rusa de estar triste. Más, ¿cómo es que las clases dominantes de Rusia no están representadas en su música? Basta decir: ¿los hombres malvado no tienen canciones?”


Conocedor, como otros grandes pensadores del comportamiento de la raza humana, dice del hombre: “¡No vayas a los hombres y quédate en el bosque! ¡Es mejor que vayas incluso a los animales!

“La crueldad es uno de los placeres más antiguos de la humanidad”.

“Lo que hay bajo la epiolermis humana es algo horrible, algo que ningún amante puede concebir, una ofensa a Dios y al amor”.

“En verdad, una sucia corriente es el hombre. Es necesario ser un mar para poder recibir una sucia corriente sin tornarse impuro”.

“No ha sido el odio, sino el asco lo que ha destrozado mi vida”. Yo también siento asco de esta vida.

EL ANTICRISTO

Oigamos lo que nos dice de Jesucristo en su obra “El anticristo”, “el anticristo alemán enemigo de toda creencia en el pensamiento contemporáneo”: “Este mensajero de la “buena nueva” (el evangelio), murió del mismo modo que vivió, como lo había enseñado; no para “redimir a la humanidad”, sino para mostrar como hay que vivir. Lo que legó a la humanidad fue la práctica: la forma como se comportó ante sus jueces, sus verdugos y sus acusadores, frente a todas las calumnias y burlas que hubo de sufrir; su actitud cuando estaba clavado en la cruz. No ofreció resistencia, ni defendió sus derechos; no hizo lo más mínimo para alejar de sí la situación extrema a la que se vio abocado: más aún, la provocó. Oró, sufrió, amó a quien y quienes le causaron dolor. No se defendió, no montó en cólera, no hizo a nadie responsable. Por el contrario, no ofreció resistencia ni siquiera a los malos, sino que los amó. En realidad, no ha existido más que un cristiano: el que murió en la cruz. El evangelio murió en la cruz”.

Aclarado en páginas anteriores que cosa es el superhombre de Nietzsche, entiéndase que, cuando Darío dice en “Letanías de nuestro señor Don Quijote: ¡De los superhombres de Nietzsche, líbranos señor!” No sabía lo que decía, además de quedar demostrado de que, en su amor a las clases oprimidas, Nietzsche fue antípoda de Darío que se pasó la vida (de acuerdo a sus propias confesiones) de histrión de los poderosos.

Estoy enteramente de acuerdo con Jean-Paul Sartre cuando dice: “Las conciencias infelices se enredan en sus contradicciones”.

¿Fue feliz Darío? Él nos dejó dicho que no. La felicidad y el vicio son incompatible, y si Nietzsche “fue empujado por una espada de fuego hasta el manicomio”, Darío lo fue a la locura por la espada del alcohol.

Nietzsche asevera: “En lo que se refiera al pensamiento, es imposible sostener la autoridad y la reputación si se erigen sobre la confusión y la falsedad. La distinción, entre un cerebro filosófico y otro que no lo es, sería que los filósofos desean ser justos, y los otros desean ser jueces”.

En su artículo “Los colores del estandarte” confiesa Darío paladinamente: “He leído muchos filósofos y no sé una palabra de filosofía”.

Escritor autodidacto
Tel. 2268-9093 – 8879-2294

Managua, 9 de marzo 2015

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