Rubén Darío
la emprende en contra de
Federico Nietzsche
Por Manuel Aragón Buitrago
“El artista – dice el escritor inglés
William Somerset-, ya sea pintor, poeta o músico, con su arte sublime y bello,
satisface el sentido estético; pero además también nos deja el don más grande:
su personalidad”.
El
escritor, de algo que debe cuidar como tesoro personal, es de su prestigio.
“Cualquier hábito del alma –razona
Aristóteles-, suele orientar su naturaleza a cosas que pueden ennoblecerla o
degradarla”, y aconseja: “Hay que meditar lo que se dice”.
“A mi siempre me ha gustado decir lo que se
me viene a la boca”, expresa la locura en “El elogio de la locura” de Erasmo de
Rotterdam, pero la razón recomienda cervantinamente: “Cada uno mire cómo habla o cómo escribe de las personas, y no ponga a trochemoche
lo primero que le viene al magín”.
Con
estos últimos nos encontramos a cada paso en los caminos literarios, y uno de
ellos, irrefutable verdad, es Rubén Darío. A menudo se le escaparon del cerco
de los dientes cosas reñidas con la razón. Su falibilidad como hipercrítico es
indefendible.
Invito
al lector a escuchar con atento oído y agudo sentido perceptivo lo que dice
Darío de Federico Nietzsche: “El último,
verdadero y peligroso enemigo de toda creencia en el pensamiento contemporáneo,
ha sido la obra del anticristo alemán, que fue empujado por una espada de fuego
hasta el manicomio”.
“El necio es mudable como la luna, el
sabio permanente como el sol”, afirma el
Eclesiastés, 27.12. No deseo continuar sin confirmar que Darío fue cambiante
como la luna. Escuchemos lo que dice en otro de sus artículos: “Después de Verlaine desaparecieron
Mallarmé y Villiers de L’Isle Adam, dejando en la historia de las letras
francesas el resplandor de su luz indiscutible. Quedan los fuertes en su
madurez: Henry de Regnier, altísimo poeta; Remy de Gourmont, cuya obra
compleja, profunda, sabia, vigorosamente encantadora, dentro de poco tiempo,
como la de Nietzsche, quizá conmueva al mundo”.
Darío
cambia nuevamente de opinión respecto a Nietzsche: “Remy de Gourmont, autor para pocos, escritor de una élite, de una
aristocracia mental internacional, está amenazado de la atención de todas las
gentes. La prensa le solicita, el reporterismo le busca. Dentro de poco me temo
que el nombre suyo sea, si no popular, vulgar, como el de Nietzsche. Vulgar en
las citas, en las afirmaciones de la mediocracia escribiente”.
OTRA
VUELTA DE TUERCA DE DON RUBÉN DARÍO
Solamente
que esta vez acompañado de la razón, reivindica a Nietzsche, igualmente como lo
hizo con Emilio Zolá.
En
1896, vio la luz la primera edición de “Los
Raros”, compuesta de 21 artículos dedicados a igual número de escritores,
pero en 1893, Darío concede primacía a Nietzsche dedicándole un artículo ya
titulado “Los Raros”, y que es del
cual me ocupo a continuación.
Oigámosle:
“No hace muchos meses vivía en el
Paraguay una señora alemana que, después de permanecer en la república vecina
ocho años, partió al país de su nacimiento con el objeto de emprender una obra
de gran resonancia. Esa señora se llama Elisabeth Foster Nietzsche, y es
hermana de Federico Nietzsche, el artista-filósofo que recién penetró al templo
de la fama universal. La hermana va a publicar las obras inéditas del autor de
Zaratustra”.
“¡Triste
suerte la de Nietzsche! Durante su vida, sus trabajos no lograron la boga y el
triunfo que él ambicionaba, y tan luego cae sobre él la noche de la locura, sus
amigos le pintan a su antojo en sus ensayos, y sus mismos discípulos le
desfiguran en recuerdos y biografías. Una vez más podrá decirse que cuando el
maestro muere, siempre la biografía es escrita por Judas”.
“Fue el espíritu de Nietzsche, en cierto
modo, gemelo del de Goethe; al menos, vése en él una idéntica comprensión del
arte, un poder enciclopédico, y el apego especial a ciertos estudios, como el
de la filología. Artista, pensador, pedagogo, filólogo, filósofo, la
universidad de su vuelo no aminoraba el impulso de sus alas: lo que es
innegable es que era un alma de elección, un solitario, un estilista, un raro. No tuvo la serenidad apolínea
de Goethe: el cordaje de sus nervios vibraba demasiado intensamente al soplo de
las ideas, de modo que un día hubo de llegar en que ese cordaje estalló como el
de una lira demasiado templada, y el cerebro, frágil como un cristal, crujió
entre los ásperos dedos de la alienación”.
“Cuando muere un grande hombre, brota la
inevitable falange de los anecdotistas, de “personas que le conocieron
íntimamente”, aunque apenas hayan oído de sus labios una sola palabra, y el
pobre e ilustre difunto queda horriblemente amasado, deformado, profanado por
las torpes manos”.
“Él no quería los favores del gran
público, la vocinglería de ciertas famas, la, para ciertos artistas, desdorosa
democracia de la gloria”.
“No existe, pues, de la vida y
personalidad de mi hermano –dice Elizabeth-, sino una imagen confusa y falsa.
No se extrañe, pues, si aun los respetuosos y los consagrados a él han sido
arrastrados a menudo a las más singulares conclusiones”.
En
efecto, no sólo Darío se ha expresado erradamente de Nietzsche. Unamuno dice de
él: “La grosera y blasfema revuelta de
la escuela de Nietzsche en favor del llamado superhombre y contra el supuesto
ideal cristiano de una humanidad rebajada”.
El
jesuita teólogo–filósofo Francisco Suárez en su obra “El Origen del Poder Político” expresa: “Incluimos en este nivel inferior la mística formada en torno al
“superhombre” de Nietzsche, ese pobre desequilibrado muerto en 1900 tras un par
de años de demencia aguda, porque no llega a ser humano, aquello en que la
sangre ahoga al espíritu”.
Los
científicos que han llegado a calcular la inteligencia del hombre por el peso
en gramos de su cerebro (el de Darío 1.850 gr) creo se han equivocado, grandes
sabios como Descartes, han producido estupideces, en cambio, y está probado,
muchos animales, han demostrado más inteligencia que algunos seres humanos. En
su obra “El lenguaje y el entendimiento”,
nos dice Noam Chomsky: “Un mono puede
perfectamente aventajar a un imbécil humano en su capacidad para resolver
problemas y en otros tipos de comportamientos orientados por la necesidad de
adaptarse al medio”.
“Cuantos se las dan de sabios –dice
Nietzsche-, sus sentencias me hacen tiritar de frio: en su sabiduría hoy a
menudo un olor de ciénega, y en verdad, ¡yo he oído croar en ella a las ranas!”.
Ni
Darío, ni Unamuno, ni Francisco Suárez, dejaron a la humanidad el legado de
sabiduría que dejo “Nietzsche el loco”,
como le llamó Darío en uno de sus arrebatos psicopáticos.
Ese
monstruo llamado religión y su instrumento maléfico, el fanatismo, oscurece la
mente humana, y priva a la inteligencia de su facultad interpretativa, haciendo
ver daltónicamente, las cosas diferentes de lo que realmente son, tal es el
caso de Unamuno y Francisco Suárez.
En
realidad, es mucho lo que se ha especulado acerca del superhombre de Nietzsche,
por esto es preciso apelar al juicio de hombres suya sensatez está libre de la
oscuridad del prejuicio, y uno de ellos es el ilustre letrado Don José Ortega y
Gasset. Escuchémosle: “El verdadero
tesoro del hombre es el tesoro de sus errores, la larga
experiencia vital decantada gota a gota en milenios. Por eso Nietzsche define
al hombre superior como el ser de la mas larga memoria. Romper la continuidad
con el pasado, querer comenzar de nuevo, es aspirar a descender y plagiar al orangután”.
Pero
una de las formas más aclaratorias de lo que es el superhombre de Nietzsche nos
la da el editor de su obra “Ecce Homo”,
en su introducción: “El superhombre,
otra de las ideas fundamentales de su doctrina, y a la vez tan tergiversada
como la voluntad de poder, no es un supermán de ficción, sino la afirmación del
hombre como ideal alcanzable desde el hombre, y cuya superación no es más que
el desarrollo progresivo de sus cualidades. Es una esperanzada pretensión
utópica como afirmación de la individualidad frente al temor de una masificación
creciente y amorfa”.
En
pocas palabras, el super hombre es aquel que busca constantemente su superación
personal (es por eso que Nietzsche califica a Bonaparte como ejemplo de “inhumanidad y superhombre”), y que en
la filosofía aristotélica se conoce con el nombre de “entelequia”.
“Los que viven sin esfuerzo de superación
sobre si mismos –dice Ortega y Gasset-, son boyas que van a la deriva”.
Los
lictores de Nietzsche se regocijaron de su locura. Solamente no están expuesto
a la demencia quienes no han dado nada en que pensar a la masa gris. Julio
Goncourt murio loco; Swift, imbécil; Darío, loco; Bonaparte y Bolívar
delirando, y no es corta la lista de poetas y escritores suicidas.
“Los autores deben comprender que existe
una delicada raya divisoria entre la razón y la locura, la cual a veces
cruzamos sin darnos cuenta”, asegura Carlos
Chimal en su obra “El viajero
científico”.
Nietzsche
se anticipó a declarar: “El filósofo
advierte un vínculo entre salud y filosofía, y si él mismo enfermara, se introduciría
en la enfermedad con toda su curiosidad científica. Son abundantes los
pensadores enfermos en las historias de la filosofía”.
“El cerdo por andar en cuatro patas, sus
miradas están orientadas al suelo y limitadas a un horizonte de algunos pasos”,
enseña Rousseau. Pareciera que algunos críticos tuvieran una óptica aporcinada.
¿Qué tienen que hacer entre los hombre los
ojos que ven lejos, que buscan lejanías?,
interroga Nietzsche, el loco más sensato que quienes se las dan de cuerdos.
Nietzsche
con sus enseñanzas ha influido en grandes escritores, entre ellos: Thomas Mann, Herman Hesse, Rainer María Rierke,
Stefan Zweig, Andre Malraux, Albert Camus y Jean-Paul Sartre. Solamente en
Darío no influyo para nada.
Tengo
casi todas sus obras. Mi cerebro es como el mar que arroja a sus costas todas
las impurezas, pero en el caso de Nietzsche, es regio habitáculo de sus
preceptos, soy uno de sus superhombre. El me ha modelado.
Nietzsche
amó a los niños: “Me gusta estar echado
aquí -dice-, donde los niños juegan junto al muro agrietado entre cardos y
rojas amapolas. Son inocentes incluso en su maldad”.
Amó
al obrero: “Por lo general el obrero no
ve en la persona del empresario sino un ser perruno, astuto, opresor, que
especula la miseria, cuyo nombre, fisonomía, moralidad y reputación le son
indiferentes. Debemos confesar que los esclavos tienen, bajo todos los
aspectos, una existencia más segura y más feliz que el obrero moderno, y que el
trabajo servil es poca cosa en comparación con el trabajo del obrero”.
“Para nosotros, los filósofos, vivir
quiere decir convertir en luz y fuego todo lo que somos y todo cuanto nos
afecta”.
“Quienes somos generosos y ricos de
espíritu, parecemos pozos al costado del camino, damos a todos de beber, pero
no podemos impedir que nos arrojen sus inmundicias. No obstante, somos muy
profundos, y siempre podremos mandar al fondo lo que nos arrojan y volver a ser
transparentes”.
“Valerosos, irónicos, violentos. Así nos
quiere la sabiduría: ella es una mujer, y ama únicamente a un guerrero”.
Contrario
a lo que dice de él: “Yo no soy un
hombre, soy dinamita pura”, albergaba dentro de sí mismo un corazón noble y
una ambrosíaca dulzura. Oigámosle salmodiar sobre la música rusa: “La música rusa saca a la luz, con una
simplicidad conmovedora, el alma del mujik (campesino ruso) del pueblo bajo.
Nada habla más a mi corazón que las suaves melodías de esa música, todas las
cuales son melodías tristes. Yo cambiaría la felicidad de Occidente entero por
la forma rusa de estar triste. Más, ¿cómo es que las clases dominantes de Rusia
no están representadas en su música? Basta decir: ¿los hombres malvado no
tienen canciones?”
Conocedor,
como otros grandes pensadores del comportamiento de la raza humana, dice del
hombre: “¡No vayas a los hombres y
quédate en el bosque! ¡Es mejor que vayas incluso a los animales!”
“La crueldad es uno de los placeres más
antiguos de la humanidad”.
“Lo que hay bajo la epiolermis humana es
algo horrible, algo que ningún amante puede concebir, una ofensa a Dios y al
amor”.
“En verdad, una sucia corriente es el
hombre. Es necesario ser un mar para poder recibir una sucia corriente sin tornarse
impuro”.
“No ha sido el odio, sino el asco lo que
ha destrozado mi vida”. Yo también
siento asco de esta vida.
EL
ANTICRISTO
Oigamos
lo que nos dice de Jesucristo en su obra “El
anticristo”, “el anticristo alemán enemigo de toda creencia en el pensamiento contemporáneo”:
“Este mensajero de la “buena nueva” (el evangelio), murió del mismo modo que vivió,
como lo había enseñado; no para “redimir a la humanidad”, sino para mostrar
como hay que vivir. Lo que legó a la humanidad fue la práctica: la forma como
se comportó ante sus jueces, sus verdugos y sus acusadores, frente a todas las
calumnias y burlas que hubo de sufrir; su actitud cuando estaba clavado en la
cruz. No ofreció resistencia, ni defendió sus derechos; no hizo lo más mínimo
para alejar de sí la situación extrema a la que se vio abocado: más aún, la
provocó. Oró, sufrió, amó a quien y quienes le causaron dolor. No se defendió,
no montó en cólera, no hizo a nadie responsable. Por el contrario, no ofreció
resistencia ni siquiera a los malos, sino que los amó. En realidad, no ha existido
más que un cristiano: el que murió en la cruz. El evangelio murió en la cruz”.
Aclarado
en páginas anteriores que cosa es el superhombre de Nietzsche, entiéndase que,
cuando Darío dice en “Letanías de
nuestro señor Don Quijote: ¡De los superhombres de Nietzsche, líbranos señor!”
No sabía lo que decía, además de quedar demostrado de que, en su amor a las
clases oprimidas, Nietzsche fue antípoda de Darío que se pasó la vida (de acuerdo
a sus propias confesiones) de histrión de los poderosos.
Estoy
enteramente de acuerdo con Jean-Paul Sartre cuando dice: “Las conciencias infelices se enredan en sus contradicciones”.
¿Fue
feliz Darío? Él nos dejó dicho que no. La felicidad y el vicio son
incompatible, y si Nietzsche “fue
empujado por una espada de fuego hasta el manicomio”, Darío lo fue a la
locura por la espada del alcohol.
Nietzsche
asevera: “En lo que se refiera al
pensamiento, es imposible sostener la autoridad y la reputación si se erigen
sobre la confusión y la falsedad. La distinción, entre un cerebro filosófico y
otro que no lo es, sería que los filósofos desean ser justos, y los otros
desean ser jueces”.
En
su artículo “Los colores del estandarte”
confiesa Darío paladinamente: “He leído
muchos filósofos y no sé una palabra de filosofía”.
Escritor
autodidacto
Tel.
2268-9093 – 8879-2294
Managua, 9 de
marzo 2015
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