EN
DEFENSA DE EMILIO ZOLÁ
Hace
algunos años, mi estimado amigo Gilmar Miranda, de parte de un canal
televisivo, quiso le brindara una entrevista referente a la masonería, a lo
cual me excusé debido a mi completa ignorancia en ese tema, pues no acostumbro
hablar de cosas que desconozco.
Sócrates,
ante sus jueces, refiere en su Apología: “Así
pues, respecto a los poetas, me di cuenta en poco tiempo de que ellos, a causa
de la poesía, creían también ser sabios respecto a las demás cosas sobre las
que no lo eran, y me alejé de ellos. Me encaminé hacia los artesanos. Era
consciente de que yo, no sabía nada, en cambio estaba seguro de que encontraría
a éstos con muchos y bellos conocimientos. Y en eso no me equivoqué, pues
sabían cosas que yo no sabía y, en ello, eran más sabios que yo. Pero,
atenienses, me pareció a mí que también los buenos artesanos incurrían en el
mismo error que los poetas: por el hecho de que realizaban adecuadamente su
arte, pero cada uno de ellos estimaba que era muy sabio también respecto a las demás
cosas, incluso las más importantes, y ese error velaba su sabiduría”.
Después
de leer reflexivamente la crítica que Darío hace a Emilio Zolá, Jonathan Swift, Federico Nietzsche, Aristóteles, Andrés
Bello y al poeta José Joaquín Olmedo, y las obras de estos, he llegado a la
conclusión de que Darío deambuló sonambulescamente por el campo de la crítica
dando palos de ciego, viendo quijotescamente fantasmas en la fatamorgana de sus
alucinaciones báquicas.
“Escribir sobre algo que uno no conoce, es
criminal. En la crítica literaria, el crítico no tiene más opción que convertir
a la víctima de sus atenciones en algo de su propia forma y tamaño”,
dice John Steinveck, Pr. Nóbel de
Literatura. Es decir, actúa como un Procusto
literario.
Oscar
Wilde en su obra “El crítico como artista”, expone: “El crítico literario ocupa el primer lugar por poseer el radio de
acción más amplio, la visión más vasta, y el material más noble”.
No
se necesita de mucha hermenéutica para enterarse de que Darío como crítico, fue
un náufrago sin tabla de salvación, pues no poseyó las cualidades señaladas por
Wilde, convirtiéndose en un vulgar criticón.
Después
de citar las normas de Steinveck y Wilde a que debe someterse un crítico, he creído
pertinente, citar lo que de ella piensa Darío en su artículo “La crítica”, que corresponde a su Libro
“España contemporánea”, Madrid,
1899. Oigámosle: “No llamo censura a los
gritos del rencor, de la burla baladí que todo lo mancha y pisotea por dar en
que reir a los malvados, a los imbéciles y a los envidiosos. Ruindades y
cascabeles de bufón inmoral casi inconsciente en sus injusticias de Momo, no
faltan. Alarde de procaz insulto, de falta de respeto a ideas y legítimas
autoridades, abundan, pero eso, ¿qué
tiene que ver con la crítica honrada, concienzuda y eficiente?”
Para
los adoradores del dios Darío es un
pecado capital criticar a su Moloc,
en su código dogmático tal delito está penado con excomunión, pero a él se le
concede patente de corso para intentar la destrucción y el descrédito de todo
aquel a quien se le antojó.
“La simpatía –dice Don Gregorio Marañón-,
puede convertirse en enfermisa predilección por lo terrible. Siempre ha
existido esta tendencia del arte a disculpar un cierto tipo de seres inmorales.
Es una de las miserias sobredoradas del arte. El liderato ilustre, por serlo,
se cree dispensado de las normas del respeto y de la medida sociales”.
¿Intentó
Darío obviar las aberraciones
señaladas por él en su artículo? Eso lo descubrirá el lector desapasionado e
inteligente en el transcurso de la lectura de su prolija obra crítica. No
intento erigirme en juez y parte. El lector sacará sus propias conclusiones,
pero sus concepciones sobre la crítica,
como se verá, caen sobre él mismo como un aplastante y demoledor bumerán.
Eduardo Peláez Vallejo
en su comentario a la obra de William
Somerset, “La luna y seis peniques”, comenta: “Con frecuencia los escritores dedican parte de su tiempo y su obra a
comentar vidas y obras de otros escritores. Les da por escribir biografías y
ensayos de colegas anteriores o contemporáneos, y ahí nos dan una buena ocasión
para conocerles el alma. Afloran sus mediocridades, sus tendencias, sus
tentaciones, sus debilidades, sus odios y sus incapacidades”. Ya antes Cervantes había dicho: “La pluma es lengua del alma: cuales fueren
los conceptos que en ella se engendraren, tales serán sus escritos”.
Veremos
pues, si Don Rubén, no cometió el craso error de los poetas y artesanos socráticos,
echándose a galopar sin el freno de la discreción por los andurriales de una
pasión descontrolada, sin prever que sus críticas encontrarían la objeción de
lectores bien informados.
Un
estimado amigo, me decía “le parecía me
estaba limitando mucho al escribir en demasía sobre Darío”. “El escritor, dice
Unamuno, en lo que llama “desahogo lírico”, debe de escribir cuando se le
antoje, como se le antoje, y sobre lo que se le antoje”. Agradeciendo la
observación bien intencionada, como Job a sus amigos, le respondo: “Toleradme, yo hablaré; y después que haya
hablado, censuradme”. Deseo escribir en completa libertad, tal como lo hizo
Darío. Como Sócrates, creo “que nunca se
puede refutar lo que es verdad, y que, cualquier acción hecha en orden y según
la ley, no puede en justicia provocar reproche”.
No
puede abordarse un tema cualquiera sin tener pleno conocimiento de los motivos
que lo provocan y de sus protagonistas. “La
opinión sin el conocimiento es floja y sin valor”, afirma Darío.
RUBÉN
DARÍO VERSUS EMILIO ZOLÁ
En
su Libro “Los raros”, en el artículo
dedicado al griego Jean Moreas,
comenta Darío: “Una nueva escuela acaba
de surgir, opuesta hasta cierto punto a la corriente poderosa de Víctor Hugo
(el romanticismo), y sus hijos los parnasianos; y en todo y por todo, a la
invasión creciente del naturalismo, cuyo pontífice (Zolá) aparece como un
formidable segador de ideales. Los nuevos luchadores (los decadentes) quisieron
librar a los espíritus enamorados de lo bello “de la peste Rougon, de la plaga Macquart, y de la sequedad naturalista”.
Para
comenzar, es vital la aclaración de ciertos juicios contenidos en el texto
citado, siendo necesario para llevar a cabo esta disección, armarse del afilado
escalpelo del conocimiento.
1º.
Víctor Hugo, a quien Darío llamó “el dios Hugo”, aunque fue su máximo
exponente en Francia, no fue el creador del romanticismo que se inicia en
Alemania e Inglaterra a principios del S. XIX como sustituto del clasicismo,
siendo en Alemania sus creadores: Federico
Schiller, Enrique Heine, Federico Schlegel, Ludwing Tieck, y Federico Leopoldo
von Hardenberg (Novalis); en Inglaterra: William Wordsworth, George Gordon Byron (Lord), Perry Bysshe Shelley,
John Keats, y el escocés Walter Scott.
2º.
Los parnasianos no pudieron ser “hijos
de Víctor Hugo”, ya que pertenecían a un género literario post-romanticismo
(1850) que se oponía al lirismo de éste.
3º.
El que Darío califique a Zolá de “formidable
segador de ideales”, no puede catalogarse más que de crasa ignorancia. Un
materialista como lo fue Darío, no tiene autoridad moral para juzgar a un
hombre tan espiritual como Zolá porque nunca lo comprenderá. Son seres
antípodas.
4º.
Los decadentes, opuestos al naturalismo de Zolá, tuvieron vida efímera. Oigamos
lo que de ellos dice el mismo Darío: “Fueron
los decadentes, unidos en un principio, después separados por la más extraña de
las anarquías, en grupos, subgrupos, variados y curiosos cenáculos”.
El
tiempo dio la razón a Paul Bourde,
quien desde las columnas del Temps,
contrariando a Darío, los calificó como “una
muchedumbre de histéricos, un club de chiflados de un innegable desorden
intelectual”.
“Artistas, ante todo, eran entusiastas y
bravos, estos voluntarios del arte”, dice
Darío.
Darío,
a pesar de haber sido ordenado pontificalmente “Príncipe de las Letras Castellanas”, ignoro por que clan de alucinados,
parece ignoraba que cosa es el arte.
Jean Jaurés,
es su discurso pronunciado en la Cámara de Diputados el 19 de marzo de 1908,
durante el debate sobre el traslado de las cenizas de Zolá al Panteón, dijo en
parte lo siguiente: “Zolá no separó,
sino que juntó el arte y la vida en la pasión de la verdad. Significa que el
arte, por más alta que sea su función específica, por más clara que sea su
forma propia, se renueva al entrar en contacto con la realidad de la vida. La
gloria de Zolá, su honor, es justamente el de no haber concebido el arte como
una especie de estanque melancólico y turbio, sino como un gran río, que
arrastra entre sus aguas toda la mescolanza de la vida, todas las audacias de
la realidad. Eso es lo que el pueblo, con su instinto, ha reconocido en la obra
de Zolá, en el buscador de la verdad, en el compañero de luchas”.
Como
puede apreciarse, el lenguaje apasionado del poeta, no admite comparación con
la acertada crítica de Paul Baurde y
la hermosa apología de Jaurés, bajo
cuya dialéctica queda aplastado.
5º.
“Los nuevos luchadores (los
decadentes) quisieron librar a los
espíritus enamorados de lo bello de la peste Rougon y de la plaga Macquart”,
denosta Darío.
Parece
que “el príncipe” no sabía lo que es la estética. Según los entendidos, “estética es la teoría de la sensibilidad,
la ciencia que trata de la belleza y de los sentimientos que hacen nacer lo
bello en nosotros”, tal como lo hizo Zolá. Intuyo que Rubén escribió sin
razonar. ¿Quién puede negar al recrear su vista en los escritos de Zolá que su
obra es de una belleza incomparable?
“Enfrena la lengua, considera y rumia las
palabras antes que te salgan de la boca. La discreción es la gramática del buen
lenguaje”, aconseja Cervantes.
Llamar
“peste y plaga” a la obra capital de
Zolá, puede concebirse como el fruto podrido de un cerebro cuyas neuronas están
ya deterioradas por los vapores etílicos.
LOS ROUGON – MACQUART
Los Rougon – Macquart
comprenden una serie de veinte volúmenes que contienen una colección de novelas
que constituyen la espina dorsal del naturalismo, tales como: La ralea, La taberna, Naná, Comida
corriente, Germinal, La tierra, Fecundidad, Trabajo, Verdad, y Dinero,
luciendo en todas ellas Zolá como un atlante sociólogo que desató iras huracanadas
que supo conjurar con valentía inquebrantable con el fuego de su palabra y el
látigo de su pluma. “Nosotros los
novelistas, decía, somos los jueces de instrucción de los hombres y sus
pasiones”. Sus filisteos, que fueron legión, jamás encontraron en él “un
talón de Aquiles”.
LA
ENVIDIA EN VÍCTOR HUGO
“Aquel
a quien la llama de los celos lo circunda, acaba volviendo contra sí
mismo el aguijón envenenado, igual que el escorpión”,
sentencia Nietzsche, y Víctor Hugo
no escapó de este mal fugado de la Caja de Pandora. Entrevistado por Alfred Barbou, le dijo de La Taberna: “El libro es malo. Se complace
en mostrar las repugnantes llagas de la miseria a que los pobres se encuentran
condenados. Es de esos cuadros que no debían pintarse. Lo sé. He descendido a
todas esas miserias, pero no gusto que se las muestre como un espectáculo. No
hay derecho para desnudar la desgracia”.
“Es penoso –comenta Barbou-, contestar a
la crítica de Hugo. ¿Acaso él mismo, al escribir “Los miserables”, no descendió
a aquello que los sociólogos más distinguidos llaman los bajos fondos sociales?
La verdad es, que tanto en el mundo literario como en el político, los grandes
revolucionarios no admiten de buena gana que surjan otros después de ellos”.
ZOLÁ
RESPONDE
“La taberna” es seguramente el más casto
de mis libros. Otras veces he tocado a menudo llagas horribles. Pero aquí es la
forma únicamente lo que asusta. Están enojados contra las palabras. Mi crimen consiste en haber tenido la curiosidad
literaria de recoger y vaciar, en un molde bien trabajado, la lengua del
pueblo. ¡He ahí el gran crimen! Los diccionarios de esta lengua existen, los
letrados la estudian y disfrutan su acritud, de lo imprevisto y de la fuerza de
sus imágenes. Por otra parte, yo no me defiendo. Mi obra se defenderá. Es una
obra consagrada a la verdad, la primera novela sobre el pueblo que no miente, y
que tiene olor a pueblo”.
Zolá
tenía la razón de su parte, en un año La
Taberna alcanzó cien ediciones.
LA
TIERRA ES ATACADA
“Desde
el momento de su aparición, La Tierra
suscita controversias y polémicas análogas a las que, diez años antes provocara
La Taberna. Las osadías, las
crudezas de la novela, sus exactitudes y sus descripciones, chocan a los
delicados que no aceptan la concepción naturalista del arte”.
Anatole France
publica en La Temps una
requisitoria, cuya virulencia sobrepasa su costumbre: “Que el señor Zolá haya tenido antes no digo un gran talento, pero si
un abultado talento, estoy de acuerdo. Que le queden todavía algunos restos, es
creíble; pero confieso que me cuesta enormemente pensar que esto sea así. Su
obra es mala, y es él uno de esos desgraciados de los cuales puede decirse que
más valdría que no hubiese nacido. Nunca nadie había hecho esfuerzos tan
grandes para envilecer a la humanidad, escarnecer todas las imágenes de la
belleza y el amor y negar el bien y la bondad. Nunca nadie había desconocido
hasta ese extremo el ideal de los hombres. Hay en todos nosotros, en los
pequeños y en los grandes, en los humildes y en los magníficos, un instinto de
la belleza, un deseo de aquello que sirve para adornar y para agradar, que
derramados en el mundo hacen el encanto de la vida. El Sr. Zolá no lo sabe. No
sabe que las gracias son decentes, que la ironía filosófica es indulgente y
dulce, y que las cosas humanas sólo inspiran dos sentimientos a los espíritus
bien constituidos: la admiración y la piedad. El Sr. Zolá es digno de una
piedad profunda”.
El
18 de agosto de 1887 encabezando Le
Fígaro, aparece un artículo a tres columnas firmado por Paul Bonnetain, J. H. Rosny, Lucien
Descavez, Paul Margueritte y Gustave Guiches. Se trata del famoso “Manifiesto de los cinco”.
“Hablando
en nombre de la juventud, a la cual pretenden representar en su totalidad, los
firmantes del manifiesto plantean al autor de “La tierra” una ruptura definitiva. Lo acusan de “cerrar a los
sobreviviente la brecha que él mismo ha abierto” y anuncian su caída
irremediable, para terminar con estas palabras: “El maestro ha descendido al fondo de la inmundicia. Pues bien, esto
termina la aventura. Repudiamos enérgicamente esta impostura de la literatura
verídica, esta tendencia hacia la picaresca de un cerebro enfermo de éxitos.
Repudiamos a esos personajes de la retórica zolista, esas siluetas sobrehumanas
y estrambóticas lanzadas bruscamente en pesadas masas. Nos alejamos de esta
bastarda tierra, aunque no sin pena. Nos duele rechazar ahora al hombre a quien
tanto fervorosamente habíamos amado. Nuestra protesta es el grito de probidad,
el dictamen de conciencia de jóvenes deseosos de defender sus obras, buenas o
malas, contra una posible asimilación a las aberraciones del maestro”.
Poco
a poco se empieza a conocer la génesis del manifiesto, que ha sido fraguado en Camprosay, la villa de Alfonso Daudet.
Daudet,
que adolecía de envidia por Zolá,
había dicho: “Las escuelas son algo
especial de Francia. Yo habría tenido mucho más éxito si hubiera levantado mi
tienda frente a la de Zolá. Pero dejamos de asociarnos a él por indiferencia, y
hoy toda la prensa está por Zolá. No hay gloria más que para él”.
REACCIONES
CONTRA EL MANIFIESTO
En
Le Réveil, Edmond Lepelletier
escribe: “Habéis hecho, muchachos, una
porquería que se volverá contra vosotros mismos; olvidáis que lo poco que sois
se lo debéis. Vosotros no existís sino por él. Sabed, pequeños, que toda la
literatura contemporánea ha tomado impulso de sus Rougon-Macquart. Mordéis los
talones del padre que os engendró, y tratáis de amotinar a los filisteos contra
vuestro creador. ¡Cuidado con la
quijada de burro!”.
Por
su parte Zolá expresa: “No conozco a esos jóvenes. No forman parte
del círculo de mis relaciones, ni son amigos míos. En fin, si ellos fueran mis
discípulos, lo serían al margen de mi voluntad”.
“El
16 de octubre de 1927, en ocasión de una peregrinación a Médan para conmemorar
el décimoquinto aniversario de la muerte de Zolá, Lucien Descaves,
con mucha nobleza, se expresó así: “Hace
veinticinco años que esperaba esta cita, y porque la esperaba, creí de mi
deber, hace más de tres años, hacer acto de contriccion y de alto sentimiento,
después de Paul Margaritte, Rosny y Gustave Guiches, por haber puesto mi firma
bajo el Manifiesto de los cinco, en 1887.
Es una satisfacción muy dulce, próxima al
alivio, la que se siente al poder reparar en la edad avanzada un error y una
injusticia cometidos entre el fuego y la ceguera de la juventud. Hoy he
recorrido, en lo que se refiere a Emilio Zolá, el camino inverso, y vengo con
tranquilidad y arrepentimiento.
Una vez, cuatro amigos míos y yo, nos
condujimos con Zolá, como hijos pródigos. Nos sacudimos el yugo paternal y
partimos haciendo sonar nuestros látigos de postillones emancipados. ¡Qué
imprudencia la nuestra! ¿Podíamos reconocer que éramos discípulos de Zolá
renegando de él? Pero sea como sea, uno después de otro, todos hemos vuelto a
él con el orgullo de un arrepentimiento sincero.
Nuestra fuga común fue, en lo que a mí se
refiere, tanto más tonta cuanto que había dedicado mi primer libro a Zolá. Al
desdecirme hoy honradamente, vuelvo a juntarme a mi rebaño. No penetro en el
jirón del naturalismo, pero expreso a su jefe toda la gratitud que le debemos,
pues él nos ha hecho lo que somos, a su imagen, la imagen de los hombres de
buena voluntad”.
“¡Pobre manifiesto!
Al cabo de algunos años no es otra cosa que un pobre huérfano, negado y
abandonado por sus padres. Salvo Bonnetain, muerto demasiado temprano para
arrepentirse, los otros cuatro han expresado uno a uno su arrepentimiento por
haberse dejado llevar a lo que más tarde han considerado como un pecado de
juventud”
LA
TIERRA
La
tierra ha sido desde siembre la eterna manzana de la discordia, y el campesino
que la trabaja su perpetua víctima, en la Francia prerrevolucionaria escribía Jean de la Bruyere (1645 - 1696): “Se ven
ciertos animales huraños, machos y hembras esparcidos por el campo, negros,
lívidos y quemados por el sol, ligados a la tierra que remueven y labran con un
tesón invencible; suena como una voz articulada, y cuando se levantan sobre sus
pies, muestran una faz humana; en efecto, son hombres. Por las noches se
retiran a sus cubiles donde viven de pan negro, de agua y de raíces: ahorran a
otros hombres el trabajo de sembrar, de labrar y de recoger para vivir, y por
ello merecen que no les falte ese pan que han sembrado”.
En
la Francia postrevolucionaria en donde no quedaba ni el eco del alarido libertario:
¡Libertad!, ¡Igualdad!, ¡Fraternidad!
con que el pueblo había hecho la revolución, Honorato de Balzac (1799 -
1850), pone en boca de un campesino estas dramáticas palabras: “Yo ví los tiempos antiguos y veo el nuevo;
le han puesto una etiqueta distinta, pero el licor es el mismo de siempre. El
hoy, es sólo el hermano mayor del ayer. ¿Somos libres nosotros? Todavía pertenecemos
a la misma aldea, y el señor aún está ahí. El azadón, que es todo lo que
poseemos, no salió de nuestras manos, y sea como quiera, si trabajamos para el
señor o para el recaudador de impuestos, que coge la mayor parte de lo que
ganamos, tenemos que sudar hasta nuestras mismas vidas. Estamos encerrados como
ovejas por la fuerza de las circunstancias, exactamente como solíamos estarlo
bajo los señores. Y no me importa un bledo quien nos clave. Clavados por la
necesidad o por los nobles, estamos condenados a trabajar perpetuamente”. “La
vida de los aldeanos –dice Balzac-, no es de ningún modo un idilio de Arcadia.
El hambre, la pobreza, la ignorancia y las enfermedades los castigan”.
BREVES
SEMBLANZAS DE SUS OBRAS
LA TIERRA:
“La Tierra –dice Zolá– es la heroína de
mi libro. La tierra nutricia, la tierra que da la vida. Un personaje enorme,
siempre presente, que llena el libro: el hombre, el campesino, no es sino un
insecto que se agita sobre ella y que lucha por extraer de ella su vida. El
permanece curvado y no ve sino el grano que debe brotar, él no ve el paisaje.
Es preciso que mis personajes estén completamente saturados de la posesión de
la tierra. El amor profundo, el amor absorto, ponderado y lleno de confianza en
el yermo”.
LA RALEA:
La ralea presenta la sed de apetitos materiales. Su excelencia es la sed del
poder, el ansia y la necesidad de dominio. “La
ralea – dice Zolá – no es sino una frase musical de la vasta sinfonía con que
sueño. He tratado de dar en ella una idea del horrible cenegal en que Francia
se ahogaba”.
COMIDA CORRIENTE:
Hablar de la burguesía equivalía a hacer el acta de acusación más violenta que
se podía contra la sociedad francesa, y Zolá la hizo. “Si entre el pueblo -escribe-, el ambiente y la educación lanzan a las
jóvenes a la prostitución, en la burguesía el medio las empuja al adulterio”.
NANÁ:
“Naná es la muchacha que exita al macho
con su carne turbadora, con su fuerte olor a mujer, con la ondulación de sus
senos, con el movimiento voluptuoso de sus caderas, con su sonrisa canalla y su
mirada provocativa. Ella embrutece a sus amantes y engulle sus fortunas.
Arruina a las familias, se convierte en un fermento de descomposición social”.
El 27 de marzo de 1880, día de su publicación, se vendieron cincuenta y cinco
mil ejemplares.
GERMINAL:
Es el décimo tercer volumen de los Rougon-Macquart.
“Por primera vez una novela describe una huelga, y la describe con detalles, en
sus orígenes, en sus manifestaciones, en su evolución, en sus consecuencias, en
sus peripecias trágicas, con sus asambleas de huelguistas y sus choques
sangrientos, con sus reivindicaciones y sus sufrimientos, con sus alaridos y
sus lágrimas, con sus crisis de cólera, y sus llamamientos a la justicia”.
En Le Fígaro, Phillipe Guille declara “que
no ha encontrado en El Infierno páginas tan terriblemente dramáticas como las
de Germinal, si Dante las hubiera escrito, serían ya desde largo tiempo
clásicas en nuestro país”.
En los anales, Adolfo Brisson
subraya el vigor de las pinturas y el aroma de terrible realidad que el libro
exhala. “El lector -dice- vive con los
mineros durante quinientas páginas, y muy a menudo siente que el corazón se le
oprime”.
En Justicia, Gustavo Geoffroy saluda
a Zolá: “Al poeta que otros se resisten
a ver, al panteísta que sabe dar soberbio relieve e idealidad a las cosas”.
Justicia: “En Justicia, expone Zolá, el
centro, el nudo en que no se toman en cuenta los progresos del pueblo, el socialismo
que libera poco a poco a todos los pueblos. Se cuenta sólo con la fuerza bruta,
sin ver que un movimiento del pueblo
arrasará con todo. Los imperios serán barridos, por la idea de la justicia, si
ésta idea pone a todos los pueblos en pie de lucha. Los políticos y
diplomáticos presiden el porvenir olvidándose de la fuerza del pueblo en
marcha. ¡Qué ceguera!”.
El yo acuso:
Su “YO ACUSO” fue el rasgo de valentía más temerario que tuvo Zolá al acusar al
Estado Mayor del ejército en pleno, en carta dirigida al presidente Félix Faure motivada por el Proceso Dreyfus. Su lectura fascinante
y escalofríante, es de una belleza esquiliana.
“La
carta de Zolá produce una emoción y un tumulto inauditos; todo París se
arrebata el diario L’Aurore, y en
pocas horas se venden trescientos mil ejemplares”.
Cuando
el general De Pellieux reprocha a
Zolá su inactividad militar de la que había sido eximido por su miopía, Zolá
responde: “Hay muchas maneras de servir
a Francia. Se la puede servir con la espada y con la pluma. El general De
Pellieux ha logrado sin duda grandes victorias. Yo he ganado las mías. Con mis
obras la lengua francesa ha llegado a todo el mundo: esas son mis victorias.
Dejo a la posteridad el nombre del general De Pellieux y el de Emilio Zolá;
ella escogerá”.
“Las novelas de Zolá –dice Jules
Lemaiter-, tienen el aire de las antiguas epopeyas, en Germinal se escucha la
respiración larga y pesada de la máquina, como en Homero el rumor del mar”.
EL
GRAN SUEÑO DE ZOLÁ
“Me sueño creando a la humanidad por
encima de las fronteras, la gran patria humana. Los Estados Unidos de Europa.
La alianza de todas las naciones. La cosa puede ser llevada primero al desarme
general con una apoteosis final de la paz, el gran beso de paz. Así sueño a la
humanidad”.
“Zolá amaba al hombre –afirma Luis Enrique
Délano-, y quería para él un mundo de justicia y de paz. Amaba al hombre en su
forma más pura y más noble: el hombre en sociedad, y supo distinguir
perfectamente cual era el sector no contaminado del grupo social, el que tenía
a su favor la gran arma de la esperanza, el llamado por la historia a dirigir
la marcha de la vida; por eso, en notas de trabajo escritas por él hace más de
medio siglo, se puede leer la frase siguiente: “No hay otra esperanza más que
el pueblo”.
La
batalla del naturalismo duró diez años, pero Zolá venció definitivamente. El 14
de julio de 1888 fue nombrado Caballero
de la Legión de Honor por Eduardo
Leckroy, ministro de Instrucción Pública.
“De todo lo escrito –dice Nietzsche-, yo
amo sólo aquello que alguien escribe con sangre. Escribe tú con sangre: y te
darás cuenta de que la sangre es espíritu”.
Zolá escribió con sangre para los que tienen sangre y espíritu.
“El
más fuerte reproche que se le hizo a Zolá fue el de su extrema crudeza en lo
que relataba y en la forma de relatarlo. Pero era una crudeza encausada en
ciertas direcciones, de un realismo que sabía a donde iba, que tenía un objeto;
mostraba las lacras para que fueran curadas y apuntaba hacia horribles heridas
sociales para que la sociedad restañara la sangre de ellas. Ningún poeta de su
tiempo alcanzó el grado que logró Zolá en el arte de dotar de alma a la
multitud, nunca escritor alguno supo como Zolá mostrar el alma colectiva de las
masas”.
ZOLÁ
EN ERUPCIÓN
“He hecho lo que había que hacer, he mostrado
las llagas, he arrojado violenta luz sobre los sufrimientos y los vicios que
aun se pueden curar. Los políticos idealistas hacen el papel de un médico que
receta flores a sus clientes agonizantes. Yo he preferido mostrar esta agonía.
Es así como se vive y como se muere. Soy cual un escribano que escribe y no
saca conclusiones. Pero dejo a los moralistas y a los legisladores la tarea de
reflexionar y de encontrar el remedio. Si quisieran obligarme a sacar
conclusiones, diría: cerrad los lugares de vicios y abrid escuelas. El
alcoholismo está devorando al pueblo. Consultad las estadísticas, id a los
hospitales, haced una investigación y veréis si miento. Tendría aún que
agregar: Sanead los suburbios. La cuestión de la vivienda es capital; los
hedores de la calle, la escalera sórdida, el cuarto estrecho donde duermen en
promiscuidad padres e hijos, hermanas y hermanos, son la causa principal de la
depravación en los arrabales. El trabajo abrumador, que aproxima al hombre a la
bestia; el salario insuficiente, que descorazona y hace buscar el olvido,
contribuyen a llenar los burdeles y las casas de tolerancia. Sí, el pueblo es
así, pero porque la sociedad así lo quiere. Consecuencias: La disminución de la
estatura, una mortalidad infantil sin precedentes, el raquitismo y demás
elementos propios de la peor de las bancarrotas para un país: la bancarrota
fisiológica. La leyenda del beneficio de la ignorancia aparece hoy como un
prolongado crimen social. Pobreza, suciedad, iniquidad, superstición, mentira,
tiranía, la mujer explotada y despreciada, el hombre embrutecido y dominado,
todos los males físicos y morales son frutos de esta ignorancia deliberada,
erigida en sistema de política gubernamental y de policía divina. Sólo el
conocimiento puede matar los dogmas mentirosos, y dispersar a los que viven de
ellos, ser fuente de grandes riquezas y de cosechas desbordantes en la tierra y
en los espíritus. No, la felicidad jamás ha estado en la ignorancia, sino en el
conocimiento capaz de transformar el afrentoso campo de la miseria material y
moral en una vasta tierra fecunda, en la cual la cultura, año tras año,
multiplicaría las riquezas. Si los errores judiciales son posibles, si el
pueblo se hace cómplice de ellos, si a veces le ocurre que hace causa común con
los verdugos en contra de las víctimas, es porque ha sido mantenido durante
siglos en la ignorancia”.
Para
hablar de Zolá se necesitaría de mucha tinta y espacio, es su obra tan grande
que, como dijera Abel Hernant en su entierro hablando en representación de la
Sociedad de Hombres de Letras: “Si sus
libros se les pone uno sobre de otro, formarían un pedestal bastante alto para
la estatua que le haremos”.
SU
MUERTE
El
29 de septiembre de 1902, dejó de existir este adalid de la justicia y el amor.
Partió con el alma limpia, jamás guardó rencor hacia quienes le atacaron hasta
con odio. El mundo entero se estremece ante su deceso. El New York Journal del
1º de octubre de 1902 reproduce las palabras del Papa León XIII: “Era un enemigo de la Iglesia, pero un
enemigo franco y honesto. Que su alma repose en los cielos”.
“De
todas partes llegan las manifestaciones más vivas y emocionantes de dolor y de
sentimientos. Entre las naciones extranjeras hay una a la que Zolá estaba
ligado por lazos de origen; su pérdida es dolorosamente sentida allí, y el
ministro de Instrucción Pública de Italia envía el pésame supremo de su país.
También el Gobierno de la República tiene el honor de tomar parte en los
funerales”.
Ante
su cuerpo yacente se desbordan ríos de elocuencias panegíricas hasta en quienes
le habían atacado mordazmente. Al final los había vencido a todos, como un Alejandro
literario, murió sin derrotas.
Anatole
France, uno de sus más formidables detractores, el mismo que dijera de Zolá: “Su obra es mala, y es él uno de esos
desgraciados de los cuales puede decirse que no hubiesen nacido. El Sr. Zolá es
digno de una piedad profunda”, ahora, ante su cadáver, salmodia quizá
arrepentido: “¡Que hermosa es esta alma
de Francia! No lo compadezcamos por haber soportado y sufrido. Envidiémosle. Levantada
sobre el más prodigioso amasijo de ultrajes que la idiotez, la ignorancia y la
maldad hayan elevado jamás, su gloria alcanza una altura inaccesible.
Envidiémosle: ha honrado a su patria y al mundo con su obra inmensa. Envidiémosle;
su destino y su corazón le hicieron el favor más grande: Zolá fue un momento de
la conciencia humana”.
ESCUCHEMOS
A DARIO, OTRO DE LOS VENCIDOS
“No dejes que tu boca te haga pecar”,
dice el Eclesiastés, y Darío pecó de ignorancia al llamar “peste y plaga” a los Rougon-Macquart de Zolá. Esta peste y esta
plaga, fue traducida a la lengua de Shaskespeare por el periodista ingles
Ernest Alfred Vizetelly. “La epopeya de
los Rougon-Macquart –dice Alexander Zevaes-, contituye una requisitoria
formidable contra un régimen político y social generador de tantos males,
corrupciones e injusticias”.
Es
de su libro “OPINIONES”, Paris,
1906, y de su artículo “El ejemplo de
Zolá”, que extraigo de Darío sus palabras: “Era hombre de bien y un gigante el último de los evangelistas, Fue
predicador de altas virtudes; dijo a la juventud palabras de engrandecimiento y
de deber, y a la muchedumbre señaló el rumbo de las venideras victorias de paz
y de felicidad. ¡Un gran idealista, el gran naturalista! Un corazón de
adolescente en el cuerpo del coloso; un casto, el que señaló las terriblezas de
la lujuria; un sobrio, el que mostró la sombra roja del alcohol; un soñador, el
práctico y concienzudo arquitecto de tanta fábrica maciza; un modesto, el más
magistral director de ideas de estos últimos tiempos, y el tímido solitario un
valiente que, al llegar la hora se puso a arrostrar las ciegas turbas furiosas
que le insultaban y lapidaban, en una actitud sencilla como el Deber y
grandiosa como la justicia. El ejemplo es soberbio y se encierra en la historia
para guardarlo como una estela moral inconmovible al paso de los vientos de los
siglos”.
Zolá
amó al pueblo con la misma fuerza que odió a la burguesía. Fue el amor por los
pobres el que le inspiró sus novelas. Su obra es un legado que perdurará para
siempre, la muerte y el olvido no se enseñorearán en ella mientras la
injusticia exista. Si hay “plumas
furiosas por exceso de amor”, como apuntala Darío, la de Zolá fue una de
ellas.
COLOFÓN
Francia,
la ilustre Francia, por una de esas paradojas indescifrables del destino, fue
engrandecida ante Europa y el mundo por dos advenedizos: Napoleón y Zolá.
Napoleon, tanto en la escuela militar de Brienne como en la de París, fue
objeto de burlas de parte de sus compañeros por mixtar su mal francés con
palabras de su lengua corsa. Al graduarse a la temprana edad de 16 años,
exclamó: “De esta espada, sólo la
empuñadura es de Francia, el filo es mío”. En pocas palabras quedaba ya
confirmado su férreo carácter. Zolá, que sólo hablaba el provenzal, lengua
romance del sur de Francia, en 1860, a los 20 años de edad, escribe a su amigo
Lézanne y le dice: “Me siento abatido,
incapaz de escribir dos palabras. Pienso en el porvenir, y lo veo tan negro,
tan negro, que retrocedo espantado. Ni fortuna, ni oficio, nada, sólo
descorazonamiento. Hay días que siento que carezco de inteligencia, y me
pregunto que valgo para haber construído sueños tan orgullosos. No terminé mis
estudios, ni siquiera sé hablar un buen francés. El mundo no se ha hecho para
mí, y si alguna vez tengo que vivir en él, hare una triste figura”.
¡Cosas
de la vida! Quien ésto escribió, es el mismo que más tarde dirá: ¡Me río de la escuela francesa!,
calificado por Hipólito Taine de “psicología
viviente”, y por Barbey D’Aurevilly de “vientre
cerebral”.
Así,
pues, fue como dos advenedizos hicieron brillar a Francia: uno con la espada,
el otro con su pluma, cristalizando el ideal del superhombre nietzscheano.
LA
INFLUENCIA DE ZOLÁ
En
la introducción al Cuento
Hispanoamericano Siglo XIX, nos dice el colombiano Santiago Londoño Vélez:
“La tendencia naturalista también se
integró al romanticismo hispanoamericano. Bajo la influencia de Zolá se
entiende que ahora la narración es un pedazo de vida, un documento humano. El
medio ambiente y los instintos se conjugan para regir a los personajes. El
interés por lo social, la estructura precisa y los caracteres bien definidos son
sus características”.
Como
nicaragüense, me sentiría orgulloso de que las obras de Darío hubiesen
despertado la desbordante histeria colectiva que produjeron en las masas las de
Zolá, desafortunadamente no fue así, y los niveles de venta y de ediciones,
certifican la desigualdad genial y de sentimientos morales entre el crítico y
el criticado.
Sé
que mis escritos no son gratos a todo el que me lee. Hasta hoy no ha existido
escritor alguno que haya satisfecho el paladar literario de “El Señor Todo el Mundo”, siempre ha
habido quienes se han inclinado por Jesucristo, y quienes por Barrabás. “No
convendría –dice Mark Twain-, que todos pensásemos igual; la diferencia de opiniones es la que hace posible las carreras de
caballos”.
Existen
en el mundo de las ideas escritores que recuerdan “El perro del hortelano” de Lope de Vega, “que después que muerde halaga”. Darío y Anatole France, Pr Nóbel
de literatura 1921, fueron sus arquetipos.
“Nunca se encuentran alas corpóreas que
estén en armonía con las del espíritu”.
Johann Wolfgang Goethe
FIN
Este es un articulo con mucha erudición,digno de ser impartido en las aulas de colegios y universidades,verdades que nos han sido negadas y dadas a conocer por este escritor natural;que escribe con espíritu,con el animo de ilustrar y enseñar a nuestra sociedad,mis hijos han comenzado a compartir sus escritos con sus amigos por que la semilla del conocimiento que usted nos brinda tiene que ser sembrada,cultivada en la juventud,debo confesar con sinceridad que les ha sorprendido y lo han dicho "esto no me lo habían enseñado nunca" no tenemos palabras para agradecerle.no escribes por fama,escribes por amor a tus semejantes,por amor a las letras, gracias por este valioso escrito. saludos.
ResponderBorrarDaniel Zamora Zamora.
Me llena de satisfacción saber que don Manuel Aragón a encontrado un discípulo más de sus trabajos valiosos y que apoyan su labor. Gracias Don Manuel, siga escribiendo, ilustrando a todo aquel que está ávido de conocimiento, Saludos..
ResponderBorrarAtte: Manuel Eugarrios Calderón.