miércoles, 21 de enero de 2015

EXHAUSTIVO ANÁLISIS A LA OBRA CRITICA DE RUBEN DARIO

EN DEFENSA DE EMILIO ZOLÁ



Hace algunos años, mi estimado amigo Gilmar Miranda, de parte de un canal televisivo, quiso le brindara una entrevista referente a la masonería, a lo cual me excusé debido a mi completa ignorancia en ese tema, pues no acostumbro hablar de cosas que desconozco.

Sócrates, ante sus jueces, refiere en su Apología: “Así pues, respecto a los poetas, me di cuenta en poco tiempo de que ellos, a causa de la poesía, creían también ser sabios respecto a las demás cosas sobre las que no lo eran, y me alejé de ellos. Me encaminé hacia los artesanos. Era consciente de que yo, no sabía nada, en cambio estaba seguro de que encontraría a éstos con muchos y bellos conocimientos. Y en eso no me equivoqué, pues sabían cosas que yo no sabía y, en ello, eran más sabios que yo. Pero, atenienses, me pareció a mí que también los buenos artesanos incurrían en el mismo error que los poetas: por el hecho de que realizaban adecuadamente su arte, pero cada uno de ellos estimaba que era muy sabio también respecto a las demás cosas, incluso las más importantes, y ese error velaba su sabiduría”.

Después de leer reflexivamente la crítica que Darío hace a Emilio Zolá, Jonathan Swift, Federico Nietzsche, Aristóteles, Andrés Bello y al poeta José Joaquín Olmedo, y las obras de estos, he llegado a la conclusión de que Darío deambuló sonambulescamente por el campo de la crítica dando palos de ciego, viendo quijotescamente fantasmas en la fatamorgana de sus alucinaciones báquicas.

“Escribir sobre algo que uno no conoce, es criminal. En la crítica literaria, el crítico no tiene más opción que convertir a la víctima de sus atenciones en algo de su propia forma y tamaño”, dice John Steinveck, Pr. Nóbel de Literatura. Es decir, actúa como un Procusto literario.

Oscar Wilde en su obra “El crítico como artista”, expone: “El crítico literario ocupa el primer lugar por poseer el radio de acción más amplio, la visión más vasta, y el material más noble”.

No se necesita de mucha hermenéutica para enterarse de que Darío como crítico, fue un náufrago sin tabla de salvación, pues no poseyó las cualidades señaladas por Wilde, convirtiéndose en un vulgar criticón.

Después de citar las normas de Steinveck y Wilde a que debe someterse un crítico, he creído pertinente, citar lo que de ella piensa Darío en su artículo “La crítica”, que corresponde a su Libro “España contemporánea”, Madrid, 1899. Oigámosle: “No llamo censura a los gritos del rencor, de la burla baladí que todo lo mancha y pisotea por dar en que reir a los malvados, a los imbéciles y a los envidiosos. Ruindades y cascabeles de bufón inmoral casi inconsciente en sus injusticias de Momo, no faltan. Alarde de procaz insulto, de falta de respeto a ideas y legítimas autoridades, abundan, pero  eso, ¿qué tiene que ver con la crítica honrada, concienzuda y eficiente?”

Para los adoradores del dios Darío es un pecado capital criticar a su Moloc, en su código dogmático tal delito está penado con excomunión, pero a él se le concede patente de corso para intentar la destrucción y el descrédito de todo aquel  a quien se le antojó.

“La simpatía –dice Don Gregorio Marañón-, puede convertirse en enfermisa predilección por lo terrible. Siempre ha existido esta tendencia del arte a disculpar un cierto tipo de seres inmorales. Es una de las miserias sobredoradas del arte. El liderato ilustre, por serlo, se cree dispensado de las normas del respeto y de la medida sociales”.

¿Intentó Darío obviar las aberraciones señaladas por él en su artículo? Eso lo descubrirá el lector desapasionado e inteligente en el transcurso de la lectura de su prolija obra crítica. No intento erigirme en juez y parte. El lector sacará sus propias conclusiones, pero sus  concepciones sobre la crítica, como se verá, caen sobre él mismo como un aplastante y demoledor bumerán.

Eduardo Peláez Vallejo en su comentario a la obra de William Somerset, “La luna y seis peniques”, comenta: “Con frecuencia los escritores dedican parte de su tiempo y su obra a comentar vidas y obras de otros escritores. Les da por escribir biografías y ensayos de colegas anteriores o contemporáneos, y ahí nos dan una buena ocasión para conocerles el alma. Afloran sus mediocridades, sus tendencias, sus tentaciones, sus debilidades, sus odios y sus incapacidades”. Ya antes Cervantes había dicho: “La pluma es lengua del alma: cuales fueren los conceptos que en ella se engendraren, tales serán sus escritos”.

Veremos pues, si Don Rubén, no cometió el craso error de los poetas y artesanos socráticos, echándose a galopar sin el freno de la discreción por los andurriales de una pasión descontrolada, sin prever que sus críticas encontrarían la objeción de lectores bien informados.

Un estimado amigo, me decía “le parecía me estaba limitando mucho al escribir en demasía sobre Darío”. “El escritor, dice Unamuno, en lo que llama “desahogo lírico”, debe de escribir cuando se le antoje, como se le antoje, y sobre lo que se le antoje”. Agradeciendo la observación bien intencionada, como Job a sus amigos, le respondo: “Toleradme, yo hablaré; y después que haya hablado, censuradme”. Deseo escribir en completa libertad, tal como lo hizo Darío. Como Sócrates, creo “que nunca se puede refutar lo que es verdad, y que, cualquier acción hecha en orden y según la ley, no puede en justicia provocar reproche”.

No puede abordarse un tema cualquiera sin tener pleno conocimiento de los motivos que lo provocan y de sus protagonistas. “La opinión sin el conocimiento es floja y sin valor”, afirma Darío.

RUBÉN DARÍO VERSUS EMILIO ZOLÁ

En su Libro “Los raros”, en el artículo dedicado al griego Jean Moreas, comenta Darío: “Una nueva escuela acaba de surgir, opuesta hasta cierto punto a la corriente poderosa de Víctor Hugo (el romanticismo), y sus hijos los parnasianos; y en todo y por todo, a la invasión creciente del naturalismo, cuyo pontífice (Zolá) aparece como un formidable segador de ideales. Los nuevos luchadores (los decadentes) quisieron librar a los espíritus enamorados de lo bellode la peste Rougon, de la plaga Macquart, y de la sequedad naturalista”.

Para comenzar, es vital la aclaración de ciertos juicios contenidos en el texto citado, siendo necesario para llevar a cabo esta disección, armarse del afilado escalpelo del conocimiento.

1º. Víctor Hugo, a quien Darío llamó “el dios Hugo”, aunque fue su máximo exponente en Francia, no fue el creador del romanticismo que se inicia en Alemania e Inglaterra a principios del S. XIX como sustituto del clasicismo, siendo en Alemania sus creadores: Federico Schiller, Enrique Heine, Federico Schlegel, Ludwing Tieck, y Federico Leopoldo von Hardenberg (Novalis); en Inglaterra: William Wordsworth, George Gordon Byron (Lord), Perry Bysshe Shelley, John Keats, y el escocés Walter Scott.

2º. Los parnasianos no pudieron ser “hijos de Víctor Hugo”, ya que pertenecían a un género literario post-romanticismo (1850) que se oponía al lirismo de éste.

3º. El que Darío califique a Zolá de “formidable segador de ideales”, no puede catalogarse más que de crasa ignorancia. Un materialista como lo fue Darío, no tiene autoridad moral para juzgar a un hombre tan espiritual como Zolá porque nunca lo comprenderá. Son seres antípodas.

4º. Los decadentes, opuestos al naturalismo de Zolá, tuvieron vida efímera. Oigamos lo que de ellos dice el mismo Darío: “Fueron los decadentes, unidos en un principio, después separados por la más extraña de las anarquías, en grupos, subgrupos, variados y curiosos cenáculos”.
El tiempo dio la razón a Paul Bourde, quien desde las columnas del Temps, contrariando a Darío, los calificó como “una muchedumbre de histéricos, un club de chiflados de un innegable desorden intelectual”.

“Artistas, ante todo, eran entusiastas y bravos, estos voluntarios del arte”, dice Darío.

Darío, a pesar de haber sido ordenado pontificalmente “Príncipe de las Letras Castellanas”, ignoro por que clan de alucinados, parece ignoraba que cosa es el arte.

Jean Jaurés, es su discurso pronunciado en la Cámara de Diputados el 19 de marzo de 1908, durante el debate sobre el traslado de las cenizas de Zolá al Panteón, dijo en parte lo siguiente: “Zolá no separó, sino que juntó el arte y la vida en la pasión de la verdad. Significa que el arte, por más alta que sea su función específica, por más clara que sea su forma propia, se renueva al entrar en contacto con la realidad de la vida. La gloria de Zolá, su honor, es justamente el de no haber concebido el arte como una especie de estanque melancólico y turbio, sino como un gran río, que arrastra entre sus aguas toda la mescolanza de la vida, todas las audacias de la realidad. Eso es lo que el pueblo, con su instinto, ha reconocido en la obra de Zolá, en el buscador de la verdad, en el compañero de luchas”.

Como puede apreciarse, el lenguaje apasionado del poeta, no admite comparación con la acertada crítica de Paul Baurde y la hermosa apología de Jaurés, bajo cuya dialéctica queda aplastado.

5º. “Los nuevos luchadores (los decadentes) quisieron librar a los espíritus enamorados de lo bello de la peste Rougon y de la plaga Macquart”, denosta Darío.

Parece que “el príncipe” no sabía lo que es la estética. Según los entendidos, “estética es la teoría de la sensibilidad, la ciencia que trata de la belleza y de los sentimientos que hacen nacer lo bello en nosotros”, tal como lo hizo Zolá. Intuyo que Rubén escribió sin razonar. ¿Quién puede negar al recrear su vista en los escritos de Zolá que su obra es de una belleza incomparable?

“Enfrena la lengua, considera y rumia las palabras antes que te salgan de la boca. La discreción es la gramática del buen lenguaje”, aconseja Cervantes.
Llamar “peste y plaga” a la obra capital de Zolá, puede concebirse como el fruto podrido de un cerebro cuyas neuronas están ya deterioradas por los vapores etílicos.
LOS ROUGON – MACQUART

Los Rougon – Macquart comprenden una serie de veinte volúmenes que contienen una colección de novelas que constituyen la espina dorsal del naturalismo, tales como: La ralea, La taberna, Naná, Comida corriente, Germinal, La tierra, Fecundidad, Trabajo, Verdad, y Dinero, luciendo en todas ellas Zolá como un atlante sociólogo que desató iras huracanadas que supo conjurar con valentía inquebrantable con el fuego de su palabra y el látigo de su pluma. “Nosotros los novelistas, decía, somos los jueces de instrucción de los hombres y sus pasiones”. Sus filisteos, que fueron legión, jamás encontraron en él “un talón de Aquiles”.

LA ENVIDIA EN VÍCTOR HUGO

“Aquel  a quien la llama de los celos lo circunda, acaba volviendo contra sí mismo el aguijón envenenado, igual que el escorpión”, sentencia Nietzsche, y Víctor Hugo no escapó de este mal fugado de la Caja de Pandora. Entrevistado por Alfred Barbou, le dijo de La Taberna: “El libro es malo. Se complace en mostrar las repugnantes llagas de la miseria a que los pobres se encuentran condenados. Es de esos cuadros que no debían pintarse. Lo sé. He descendido a todas esas miserias, pero no gusto que se las muestre como un espectáculo. No hay derecho para desnudar la desgracia”.

“Es penoso –comenta Barbou-, contestar a la crítica de Hugo. ¿Acaso él mismo, al escribir “Los miserables”, no descendió a aquello que los sociólogos más distinguidos llaman los bajos fondos sociales? La verdad es, que tanto en el mundo literario como en el político, los grandes revolucionarios no admiten de buena gana que surjan otros después de ellos”.
ZOLÁ RESPONDE

“La taberna” es seguramente el más casto de mis libros. Otras veces he tocado a menudo llagas horribles. Pero aquí es la forma únicamente lo que asusta. Están enojados contra las palabras.  Mi crimen consiste en haber tenido la curiosidad literaria de recoger y vaciar, en un molde bien trabajado, la lengua del pueblo. ¡He ahí el gran crimen! Los diccionarios de esta lengua existen, los letrados la estudian y disfrutan su acritud, de lo imprevisto y de la fuerza de sus imágenes. Por otra parte, yo no me defiendo. Mi obra se defenderá. Es una obra consagrada a la verdad, la primera novela sobre el pueblo que no miente, y que tiene olor a pueblo”.
Zolá tenía la razón de su parte, en un año La Taberna alcanzó cien ediciones.
LA TIERRA ES ATACADA

“Desde el momento de su aparición, La Tierra suscita controversias y polémicas análogas a las que, diez años antes provocara La Taberna. Las osadías, las crudezas de la novela, sus exactitudes y sus descripciones, chocan a los delicados que no aceptan la concepción naturalista del arte”.

Anatole France publica en La Temps una requisitoria, cuya virulencia sobrepasa su costumbre: “Que el señor Zolá haya tenido antes no digo un gran talento, pero si un abultado talento, estoy de acuerdo. Que le queden todavía algunos restos, es creíble; pero confieso que me cuesta enormemente pensar que esto sea así. Su obra es mala, y es él uno de esos desgraciados de los cuales puede decirse que más valdría que no hubiese nacido. Nunca nadie había hecho esfuerzos tan grandes para envilecer a la humanidad, escarnecer todas las imágenes de la belleza y el amor y negar el bien y la bondad. Nunca nadie había desconocido hasta ese extremo el ideal de los hombres. Hay en todos nosotros, en los pequeños y en los grandes, en los humildes y en los magníficos, un instinto de la belleza, un deseo de aquello que sirve para adornar y para agradar, que derramados en el mundo hacen el encanto de la vida. El Sr. Zolá no lo sabe. No sabe que las gracias son decentes, que la ironía filosófica es indulgente y dulce, y que las cosas humanas sólo inspiran dos sentimientos a los espíritus bien constituidos: la admiración y la piedad. El Sr. Zolá es digno de una piedad profunda”.

El 18 de agosto de 1887 encabezando Le Fígaro, aparece un artículo a tres columnas firmado por Paul Bonnetain, J. H. Rosny, Lucien Descavez, Paul Margueritte y Gustave Guiches. Se trata del famoso “Manifiesto de los cinco”.

“Hablando en nombre de la juventud, a la cual pretenden representar en su totalidad, los firmantes del manifiesto plantean al autor de “La tierra” una ruptura definitiva. Lo acusan de “cerrar a los sobreviviente la brecha que él mismo ha abierto” y anuncian su caída irremediable, para terminar con estas palabras: “El maestro ha descendido al fondo de la inmundicia. Pues bien, esto termina la aventura. Repudiamos enérgicamente esta impostura de la literatura verídica, esta tendencia hacia la picaresca de un cerebro enfermo de éxitos. Repudiamos a esos personajes de la retórica zolista, esas siluetas sobrehumanas y estrambóticas lanzadas bruscamente en pesadas masas. Nos alejamos de esta bastarda tierra, aunque no sin pena. Nos duele rechazar ahora al hombre a quien tanto fervorosamente habíamos amado. Nuestra protesta es el grito de probidad, el dictamen de conciencia de jóvenes deseosos de defender sus obras, buenas o malas, contra una posible asimilación a las aberraciones del maestro”.
Poco a poco se empieza a conocer la génesis del manifiesto, que ha sido fraguado en Camprosay, la villa de Alfonso Daudet.

Daudet, que adolecía de envidia por Zolá, había dicho: “Las escuelas son algo especial de Francia. Yo habría tenido mucho más éxito si hubiera levantado mi tienda frente a la de Zolá. Pero dejamos de asociarnos a él por indiferencia, y hoy toda la prensa está por Zolá. No hay gloria más que para él”.

REACCIONES CONTRA EL MANIFIESTO

En Le Réveil, Edmond Lepelletier escribe: “Habéis hecho, muchachos, una porquería que se volverá contra vosotros mismos; olvidáis que lo poco que sois se lo debéis. Vosotros no existís sino por él. Sabed, pequeños, que toda la literatura contemporánea ha tomado impulso de sus Rougon-Macquart. Mordéis los talones del padre que os engendró, y tratáis de amotinar a los filisteos contra vuestro creador. ¡Cuidado con la quijada de burro!”.

Por su parte Zolá expresa: “No conozco a esos jóvenes. No forman parte del círculo de mis relaciones, ni son amigos míos. En fin, si ellos fueran mis discípulos, lo serían al margen de mi voluntad”.

“El 16 de octubre de 1927, en ocasión de una peregrinación a Médan para conmemorar el décimoquinto aniversario de la muerte de Zolá, Lucien Descaves, con mucha nobleza, se expresó así: “Hace veinticinco años que esperaba esta cita, y porque la esperaba, creí de mi deber, hace más de tres años, hacer acto de contriccion y de alto sentimiento, después de Paul Margaritte, Rosny y Gustave Guiches, por haber puesto mi firma bajo el Manifiesto de los cinco, en 1887.

Es una satisfacción muy dulce, próxima al alivio, la que se siente al poder reparar en la edad avanzada un error y una injusticia cometidos entre el fuego y la ceguera de la juventud. Hoy he recorrido, en lo que se refiere a Emilio Zolá, el camino inverso, y vengo con tranquilidad y arrepentimiento.

Una vez, cuatro amigos míos y yo, nos condujimos con Zolá, como hijos pródigos. Nos sacudimos el yugo paternal y partimos haciendo sonar nuestros látigos de postillones emancipados. ¡Qué imprudencia la nuestra! ¿Podíamos reconocer que éramos discípulos de Zolá renegando de él? Pero sea como sea, uno después de otro, todos hemos vuelto a él con el orgullo de un arrepentimiento sincero.

Nuestra fuga común fue, en lo que a mí se refiere, tanto más tonta cuanto que había dedicado mi primer libro a Zolá. Al desdecirme hoy honradamente, vuelvo a juntarme a mi rebaño. No penetro en el jirón del naturalismo, pero expreso a su jefe toda la gratitud que le debemos, pues él nos ha hecho lo que somos, a su imagen, la imagen de los hombres de buena voluntad”.

“¡Pobre manifiesto! Al cabo de algunos años no es otra cosa que un pobre huérfano, negado y abandonado por sus padres. Salvo Bonnetain, muerto demasiado temprano para arrepentirse, los otros cuatro han expresado uno a uno su arrepentimiento por haberse dejado llevar a lo que más tarde han considerado como un pecado de juventud”

LA TIERRA

La tierra ha sido desde siembre la eterna manzana de la discordia, y el campesino que la trabaja su perpetua víctima, en la Francia prerrevolucionaria escribía Jean de la Bruyere (1645 - 1696): “Se ven ciertos animales huraños, machos y hembras esparcidos por el campo, negros, lívidos y quemados por el sol, ligados a la tierra que remueven y labran con un tesón invencible; suena como una voz articulada, y cuando se levantan sobre sus pies, muestran una faz humana; en efecto, son hombres. Por las noches se retiran a sus cubiles donde viven de pan negro, de agua y de raíces: ahorran a otros hombres el trabajo de sembrar, de labrar y de recoger para vivir, y por ello merecen que no les falte ese pan que han sembrado”.

En la Francia postrevolucionaria en donde no quedaba ni el eco del alarido libertario: ¡Libertad!, ¡Igualdad!, ¡Fraternidad! con que el pueblo había hecho la revolución, Honorato de Balzac (1799 - 1850), pone en boca de un campesino estas dramáticas palabras: “Yo ví los tiempos antiguos y veo el nuevo; le han puesto una etiqueta distinta, pero el licor es el mismo de siempre. El hoy, es sólo el hermano mayor del ayer. ¿Somos libres nosotros? Todavía pertenecemos a la misma aldea, y el señor aún está ahí. El azadón, que es todo lo que poseemos, no salió de nuestras manos, y sea como quiera, si trabajamos para el señor o para el recaudador de impuestos, que coge la mayor parte de lo que ganamos, tenemos que sudar hasta nuestras mismas vidas. Estamos encerrados como ovejas por la fuerza de las circunstancias, exactamente como solíamos estarlo bajo los señores. Y no me importa un bledo quien nos clave. Clavados por la necesidad o por los nobles, estamos condenados a trabajar perpetuamente”. “La vida de los aldeanos –dice Balzac-, no es de ningún modo un idilio de Arcadia. El hambre, la pobreza, la ignorancia y las enfermedades los castigan”.

BREVES SEMBLANZAS DE SUS OBRAS

LA TIERRA: “La Tierra –dice Zolá– es la heroína de mi libro. La tierra nutricia, la tierra que da la vida. Un personaje enorme, siempre presente, que llena el libro: el hombre, el campesino, no es sino un insecto que se agita sobre ella y que lucha por extraer de ella su vida. El permanece curvado y no ve sino el grano que debe brotar, él no ve el paisaje. Es preciso que mis personajes estén completamente saturados de la posesión de la tierra. El amor profundo, el amor absorto, ponderado y lleno de confianza en el yermo”.

LA RALEA: La ralea presenta la sed de apetitos materiales. Su excelencia es la sed del poder, el ansia y la necesidad de dominio. “La ralea – dice Zolá – no es sino una frase musical de la vasta sinfonía con que sueño. He tratado de dar en ella una idea del horrible cenegal en que Francia se ahogaba”.

COMIDA CORRIENTE: Hablar de la burguesía equivalía a hacer el acta de acusación más violenta que se podía contra la sociedad francesa, y Zolá la hizo. “Si entre el pueblo -escribe-, el ambiente y la educación lanzan a las jóvenes a la prostitución, en la burguesía el medio las empuja al adulterio”.

NANÁ: “Naná es la muchacha que exita al macho con su carne turbadora, con su fuerte olor a mujer, con la ondulación de sus senos, con el movimiento voluptuoso de sus caderas, con su sonrisa canalla y su mirada provocativa. Ella embrutece a sus amantes y engulle sus fortunas. Arruina a las familias, se convierte en un fermento de descomposición social”. El 27 de marzo de 1880, día de su publicación, se vendieron cincuenta y cinco mil ejemplares.

GERMINAL: Es el décimo tercer volumen de los Rougon-Macquart. “Por primera vez una novela describe una huelga, y la describe con detalles, en sus orígenes, en sus manifestaciones, en su evolución, en sus consecuencias, en sus peripecias trágicas, con sus asambleas de huelguistas y sus choques sangrientos, con sus reivindicaciones y sus sufrimientos, con sus alaridos y sus lágrimas, con sus crisis de cólera, y sus llamamientos a la justicia”.

En Le Fígaro, Phillipe Guille declara “que no ha encontrado en El Infierno páginas tan terriblemente dramáticas como las de Germinal, si Dante las hubiera escrito, serían ya desde largo tiempo clásicas en nuestro país”.

En los anales, Adolfo Brisson subraya el vigor de las pinturas y el aroma de terrible realidad que el libro exhala. “El lector -dice- vive con los mineros durante quinientas páginas, y muy a menudo siente que el corazón se le oprime”.

En Justicia, Gustavo Geoffroy saluda a  Zolá: “Al poeta que otros se resisten a ver, al panteísta que sabe dar soberbio relieve e idealidad a las cosas”.

Justicia: “En Justicia, expone Zolá, el centro, el nudo en que no se toman en cuenta los progresos del pueblo, el socialismo que libera poco a poco a todos los pueblos. Se cuenta sólo con la fuerza bruta, sin ver que un movimiento del pueblo arrasará con todo. Los imperios serán barridos, por la idea de la justicia, si ésta idea pone a todos los pueblos en pie de lucha. Los políticos y diplomáticos presiden el porvenir olvidándose de la fuerza del pueblo en marcha. ¡Qué ceguera!”.

El yo acuso: Su “YO ACUSO” fue el rasgo de valentía más temerario que tuvo Zolá al acusar al Estado Mayor del ejército en pleno, en carta dirigida al presidente Félix Faure motivada por el Proceso Dreyfus. Su lectura fascinante y escalofríante, es de una belleza esquiliana.

“La carta de Zolá produce una emoción y un tumulto inauditos; todo París se arrebata el diario L’Aurore, y en pocas horas se venden trescientos mil ejemplares”.

Cuando el general De Pellieux reprocha a Zolá su inactividad militar de la que había sido eximido por su miopía, Zolá responde: “Hay muchas maneras de servir a Francia. Se la puede servir con la espada y con la pluma. El general De Pellieux ha logrado sin duda grandes victorias. Yo he ganado las mías. Con mis obras la lengua francesa ha llegado a todo el mundo: esas son mis victorias. Dejo a la posteridad el nombre del general De Pellieux y el de Emilio Zolá; ella escogerá”.

“Las novelas de Zolá –dice Jules Lemaiter-, tienen el aire de las antiguas epopeyas, en Germinal se escucha la respiración larga y pesada de la máquina, como en Homero el rumor del mar”.

EL GRAN SUEÑO DE ZOLÁ

“Me sueño creando a la humanidad por encima de las fronteras, la gran patria humana. Los Estados Unidos de Europa. La alianza de todas las naciones. La cosa puede ser llevada primero al desarme general con una apoteosis final de la paz, el gran beso de paz. Así sueño a la humanidad”.

“Zolá amaba al hombre –afirma Luis Enrique Délano-, y quería para él un mundo de justicia y de paz. Amaba al hombre en su forma más pura y más noble: el hombre en sociedad, y supo distinguir perfectamente cual era el sector no contaminado del grupo social, el que tenía a su favor la gran arma de la esperanza, el llamado por la historia a dirigir la marcha de la vida; por eso, en notas de trabajo escritas por él hace más de medio siglo, se puede leer la frase siguiente: “No hay otra esperanza más que el pueblo”.

La batalla del naturalismo duró diez años, pero Zolá venció definitivamente. El 14 de julio de 1888 fue nombrado Caballero de la Legión de  Honor por Eduardo Leckroy, ministro de Instrucción Pública.

“De todo lo escrito –dice Nietzsche-, yo amo sólo aquello que alguien escribe con sangre. Escribe tú con sangre: y te darás cuenta de que la sangre es espíritu”. Zolá escribió con sangre para los que tienen sangre y espíritu.

“El más fuerte reproche que se le hizo a Zolá fue el de su extrema crudeza en lo que relataba y en la forma de relatarlo. Pero era una crudeza encausada en ciertas direcciones, de un realismo que sabía a donde iba, que tenía un objeto; mostraba las lacras para que fueran curadas y apuntaba hacia horribles heridas sociales para que la sociedad restañara la sangre de ellas. Ningún poeta de su tiempo alcanzó el grado que logró Zolá en el arte de dotar de alma a la multitud, nunca escritor alguno supo como Zolá mostrar el alma colectiva de las masas”.

ZOLÁ EN ERUPCIÓN

“He hecho lo que había que hacer, he mostrado las llagas, he arrojado violenta luz sobre los sufrimientos y los vicios que aun se pueden curar. Los políticos idealistas hacen el papel de un médico que receta flores a sus clientes agonizantes. Yo he preferido mostrar esta agonía. Es así como se vive y como se muere. Soy cual un escribano que escribe y no saca conclusiones. Pero dejo a los moralistas y a los legisladores la tarea de reflexionar y de encontrar el remedio. Si quisieran obligarme a sacar conclusiones, diría: cerrad los lugares de vicios y abrid escuelas. El alcoholismo está devorando al pueblo. Consultad las estadísticas, id a los hospitales, haced una investigación y veréis si miento. Tendría aún que agregar: Sanead los suburbios. La cuestión de la vivienda es capital; los hedores de la calle, la escalera sórdida, el cuarto estrecho donde duermen en promiscuidad padres e hijos, hermanas y hermanos, son la causa principal de la depravación en los arrabales. El trabajo abrumador, que aproxima al hombre a la bestia; el salario insuficiente, que descorazona y hace buscar el olvido, contribuyen a llenar los burdeles y las casas de tolerancia. Sí, el pueblo es así, pero porque la sociedad así lo quiere. Consecuencias: La disminución de la estatura, una mortalidad infantil sin precedentes, el raquitismo y demás elementos propios de la peor de las bancarrotas para un país: la bancarrota fisiológica. La leyenda del beneficio de la ignorancia aparece hoy como un prolongado crimen social. Pobreza, suciedad, iniquidad, superstición, mentira, tiranía, la mujer explotada y despreciada, el hombre embrutecido y dominado, todos los males físicos y morales son frutos de esta ignorancia deliberada, erigida en sistema de política gubernamental y de policía divina. Sólo el conocimiento puede matar los dogmas mentirosos, y dispersar a los que viven de ellos, ser fuente de grandes riquezas y de cosechas desbordantes en la tierra y en los espíritus. No, la felicidad jamás ha estado en la ignorancia, sino en el conocimiento capaz de transformar el afrentoso campo de la miseria material y moral en una vasta tierra fecunda, en la cual la cultura, año tras año, multiplicaría las riquezas. Si los errores judiciales son posibles, si el pueblo se hace cómplice de ellos, si a veces le ocurre que hace causa común con los verdugos en contra de las víctimas, es porque ha sido mantenido durante siglos en la ignorancia”.

Para hablar de Zolá se necesitaría de mucha tinta y espacio, es su obra tan grande que, como dijera Abel Hernant en su entierro hablando en representación de la Sociedad de Hombres de Letras: “Si sus libros se les pone uno sobre de otro, formarían un pedestal bastante alto para la estatua que le haremos”.

SU MUERTE

El 29 de septiembre de 1902, dejó de existir este adalid de la justicia y el amor. Partió con el alma limpia, jamás guardó rencor hacia quienes le atacaron hasta con odio. El mundo entero se estremece ante su deceso. El New York Journal del 1º de octubre de 1902 reproduce las palabras del Papa León XIII: “Era un enemigo de la Iglesia, pero un enemigo franco y honesto. Que su alma repose en los cielos”.

“De todas partes llegan las manifestaciones más vivas y emocionantes de dolor y de sentimientos. Entre las naciones extranjeras hay una a la que Zolá estaba ligado por lazos de origen; su pérdida es dolorosamente sentida allí, y el ministro de Instrucción Pública de Italia envía el pésame supremo de su país. También el Gobierno de la República tiene el honor de tomar parte en los funerales”.

Ante su cuerpo yacente se desbordan ríos de elocuencias panegíricas hasta en quienes le habían atacado mordazmente. Al final los había vencido a todos, como un Alejandro literario, murió sin derrotas.
Anatole France, uno de sus más formidables detractores, el mismo que dijera de Zolá: “Su obra es mala, y es él uno de esos desgraciados de los cuales puede decirse que no hubiesen nacido. El Sr. Zolá es digno de una piedad profunda”, ahora, ante su cadáver, salmodia quizá arrepentido: “¡Que hermosa es esta alma de Francia! No lo compadezcamos por haber soportado y sufrido. Envidiémosle. Levantada sobre el más prodigioso amasijo de ultrajes que la idiotez, la ignorancia y la maldad hayan elevado jamás, su gloria alcanza una altura inaccesible. Envidiémosle: ha honrado a su patria y al mundo con su obra inmensa. Envidiémosle; su destino y su corazón le hicieron el favor más grande: Zolá fue un momento de la conciencia humana”.

ESCUCHEMOS A DARIO, OTRO DE LOS VENCIDOS

“No dejes que tu boca te haga pecar”, dice el Eclesiastés, y Darío pecó de ignorancia al llamar “peste y plaga” a los Rougon-Macquart de Zolá. Esta peste y esta plaga, fue traducida a la lengua de Shaskespeare por el periodista ingles Ernest Alfred Vizetelly. “La epopeya de los Rougon-Macquart –dice Alexander Zevaes-, contituye una requisitoria formidable contra un régimen político y social generador de tantos males, corrupciones e injusticias”.

Es de su libro “OPINIONES”, Paris, 1906, y de su artículo “El ejemplo de Zolá”, que extraigo de Darío sus palabras: “Era hombre de bien y un gigante el último de los evangelistas, Fue predicador de altas virtudes; dijo a la juventud palabras de engrandecimiento y de deber, y a la muchedumbre señaló el rumbo de las venideras victorias de paz y de felicidad. ¡Un gran idealista, el gran naturalista! Un corazón de adolescente en el cuerpo del coloso; un casto, el que señaló las terriblezas de la lujuria; un sobrio, el que mostró la sombra roja del alcohol; un soñador, el práctico y concienzudo arquitecto de tanta fábrica maciza; un modesto, el más magistral director de ideas de estos últimos tiempos, y el tímido solitario un valiente que, al llegar la hora se puso a arrostrar las ciegas turbas furiosas que le insultaban y lapidaban, en una actitud sencilla como el Deber y grandiosa como la justicia. El ejemplo es soberbio y se encierra en la historia para guardarlo como una estela moral inconmovible al paso de los vientos de los siglos”.

Zolá amó al pueblo con la misma fuerza que odió a la burguesía. Fue el amor por los pobres el que le inspiró sus novelas. Su obra es un legado que perdurará para siempre, la muerte y el olvido no se enseñorearán en ella mientras la injusticia exista. Si hay “plumas furiosas por exceso de amor”, como apuntala Darío, la de Zolá fue una de ellas.


COLOFÓN

Francia, la ilustre Francia, por una de esas paradojas indescifrables del destino, fue engrandecida ante Europa y el mundo por dos advenedizos: Napoleón y Zolá. Napoleon, tanto en la escuela militar de Brienne como en la de París, fue objeto de burlas de parte de sus compañeros por mixtar su mal francés con palabras de su lengua corsa. Al graduarse a la temprana edad de 16 años, exclamó: “De esta espada, sólo la empuñadura es de Francia, el filo es mío”. En pocas palabras quedaba ya confirmado su férreo carácter. Zolá, que sólo hablaba el provenzal, lengua romance del sur de Francia, en 1860, a los 20 años de edad, escribe a su amigo Lézanne y le dice: “Me siento abatido, incapaz de escribir dos palabras. Pienso en el porvenir, y lo veo tan negro, tan negro, que retrocedo espantado. Ni fortuna, ni oficio, nada, sólo descorazonamiento. Hay días que siento que carezco de inteligencia, y me pregunto que valgo para haber construído sueños tan orgullosos. No terminé mis estudios, ni siquiera sé hablar un buen francés. El mundo no se ha hecho para mí, y si alguna vez tengo que vivir en él, hare una triste figura”.

¡Cosas de la vida! Quien ésto escribió, es el mismo que más tarde dirá: ¡Me río de la escuela francesa!, calificado por Hipólito Taine de “psicología viviente”, y por Barbey D’Aurevilly de “vientre cerebral”.

Así, pues, fue como dos advenedizos hicieron brillar a Francia: uno con la espada, el otro con su pluma, cristalizando el ideal del superhombre nietzscheano.

LA INFLUENCIA DE ZOLÁ

En la introducción al Cuento Hispanoamericano Siglo XIX, nos dice el colombiano Santiago Londoño Vélez: “La tendencia naturalista también se integró al romanticismo hispanoamericano. Bajo la influencia de Zolá se entiende que ahora la narración es un pedazo de vida, un documento humano. El medio ambiente y los instintos se conjugan para regir a los personajes. El interés por lo social, la estructura precisa y los caracteres bien definidos son sus características”.

Como nicaragüense, me sentiría orgulloso de que las obras de Darío hubiesen despertado la desbordante histeria colectiva que produjeron en las masas las de Zolá, desafortunadamente no fue así, y los niveles de venta y de ediciones, certifican la desigualdad genial y de sentimientos morales entre el crítico y el criticado.

Sé que mis escritos no son gratos a todo el que me lee. Hasta hoy no ha existido escritor alguno que haya satisfecho el paladar literario de “El Señor Todo el Mundo”, siempre ha habido quienes se han inclinado por Jesucristo, y quienes por Barrabás. “No convendría –dice Mark Twain-, que todos pensásemos igual; la diferencia de opiniones es la que hace posible las carreras de caballos”.

Existen en el mundo de las ideas escritores que recuerdan “El perro del hortelano” de Lope de Vega, “que después que muerde halaga”. Darío y Anatole France, Pr Nóbel de literatura 1921, fueron sus arquetipos.

“Nunca se encuentran alas corpóreas que estén en armonía con las del espíritu”. Johann Wolfgang Goethe


FIN