DEDICATORIA
Ing.
Bayardo Cuadra:
Después de mucho deambular por
los laberintos de mi cerebro en busca de cómo empezar, he leído detenidamente
las dedicatorias que de sus obras hicieron Cervantes al duque de Béjar y al
conde de Lemos, y Maquiavelo a Lorenzo de Médicis, encontrando en ellas un
índice de sumisión servil, para mí, no acostumbrado a incensar a un semejante,
reprobable en hombres de tan grande y esclarecido intelecto, quedando en cambio
complacido, el saber por el contrario, cómo el sabio argentino José Ingenieros,
dedicó su tesis de graduación al humilde portero de la Facultad, y, al ser
requerido por tan inusitado hecho, respondió: “ Yo he venido aquí a demostrar
la calidad de los conocimientos adquiridos, y no a que se me reprenda por mis
afectos” .
Yo, mi estimado ingeniero, por
los numerosos servicios de usted recibidos, y el afecto hacia su persona que
ellos han generado en mí, dedícole este merecido reconocimiento al más grande
poeta de mi predilección, a quien aprecio no tanto por su poesía como por su
don de gentes. García Lorca no fue un ser humano al igual que nosotros, fue un
Eros que descendió del Olímpo y se humanizó, fue un hombre-amor que jamás
practicó el capital pecado de discriminar a los humildes, como acostumbran
hacerlo quienes no valen tanto como él. Ignoró siempre, no obstante el
relevante estado económico familiar, la locura humana del rango social.
Ruégole pues, recibir esta ofrenda,
con el único valor del inapreciable oro de mi agradecimiento.
Atte.
Atte.
Manuel Aragón Buitrago.
FEDERICO GARCIA LORCA
Manuel Aragón Buitrago
Es este un modesto homenaje de un pequeño poeta de la
Granada de Nicaragua, al más grande poeta de la Granada española. Para escribir
sobre la vida de un hombre de la calidad humana de García Lorca, preciso es
hacerlo con el corazón en la mano y la más diáfana y respetuosa reverencia.
Hombres con el espíritu de Federico, se dejan ver por este planeta a lo largo
de los tiempos, como los cometas en el espacio sideral. No son hombres, “son ángeles que bajan a la Tierra”,
como los que bajaron a escuchar la serenata de Schubert. Monto pues en alado
Pegaso, y echo a galopar mi pluma confiado en que las Musas me serán propicias.
Nació Federico en Fuente Vaqueros, Granada, el 5 de
junio de 1898 por la noche. Es por eso que dijo en cierta ocasión: “Yo creo que el ser de Granada me inclina a
la comprensión simpática de los perseguidos: del gitano, del negro, del morisco,
que todos llevamos dentro”. Como en estas páginas trato de hacer “la anatomía de un hombre”, como dijera
Ortega y Gasset, cedo la palabra a Ana María Dalí, hermana del pintor Salvador
Dalí: “Ha dicho alguien que García Lorca
era como un cisne, que fuera del agua es pesado y sin gracia, pero que apenas
se desliza por el lago, no sólo es bellísimo, sino que irradia belleza a cuanto
le rodea. Así era, realmente; fuera de su ambiente, que era recitar, tocar
guitarra o el piano y hablar de cosas que le interesaran, su rostro, duro y
preocupado, tenía una expresión inteligente, rebosante de vitalidad, pero no
eran muy atractivos ni su figura, poco esbelta y cuadrada, ni sus movimientos,
más bien pesados. Apenas, sin embargo, se encontraba en su ambiente, adquiría
movimiento, y todo él parecía de una elegancia perfecta. La boca y los ojos
armonizaban de modo tan admirable, que no se podía permanecer insensible al
gran atractivo que se despedía de su persona. Las palabras fluían, entonces,
agudas y penetrantes, y la entonación de su voz, más bien ronca, era de una
belleza única. Todo quedaba transformado a su alrededor. Federico era de una
gran sencillez. Aunque seguramente, comprendía su mucho valer, nunca tuvo la
enorme pretensión que siempre fue la característica de mi hermano Salvador”.
El sevillano Vicente Aleixandre, Premio Novel 1977 y
poeta de la generación del 27 como él, lo recuerda así: “Su corazón no era ciertamente alegre. Era capaz de toda la alegría del
Universo; pero su sima profunda, como la de todo gran poeta, no era la de la
alegría. Quienes lo vieron pasar por la vida como un ave llena de colorido, no
le conocieron. Su corazón era como pocos, apasionado, y una capacidad de amor y
de sufrimiento ennoblecía cada día más aquella noble frente. Amó mucho,
cualidad que algunos superficiales le negaron. Y sufrió por amor, lo que probablemente
nadie supo. Recordaré siempre la lectura que me hizo, tiempo antes de partir
para Granada, de su última obra lírica, que no habíamos de ver terminada. Me
leía sus “Sonetos del amor oscuro”,
prodigio de pasión, de entusiasmo, de felicidad, de tormento, puro y ardiente
monumento al amor, en que la primera materia es ya la carne, el corazón, el
alma del poeta en trance de destrucción. Sorprendido yo mismo, no pude menos
que quedarme mirándole y exclamar: “Federico, ¡qué corazón! ¡Cuánto ha tenido
que amar, cuánto que sufrir! Me miró… y se sonrió como un niño”.
Según José Martí, los hombres van en dos bandos: “Los
que odian y destruyen, los que aman y edifican”. Federico fue designado por la
naturaleza para pertenecer al segundo grupo. “Toda especie humana tiene su
carácter y su sello”, señala el germano Herman Hesse. En García Lorca, no hubo
duplicidad fáustica como en Darío, hasta el final de su vida amó a los humildes,
a los marginados, hasta llegar a pagar con su vida, como un Cristo nuevo, ese
inclaudicable amor. “Hoy en España,
decía, se escribe en el teatro para el piso principal, y se quedan sin
satisfacer la parte de butacas. Escribir para el piso principal es lo más
triste del mundo. El público virgen, el público ingenuo, que es el del pueblo,
no comprende cómo se le habla de problemas de los patios de la vecindad
despreciados por él”. En ésto, el espíritu de Federico pareciera gemelo del
de Mark Twain, quien en carta a su amigo Andrew Lang en 1890 le decía: “El sutil estrato de la humanidad –la clase
culta– tiene que ser aplacada, deleitada, animada, alimentada y cuidada con
exquisiteces y delicadezas, no cabe duda; pero dedicarse a atender a ese
reducido sector, paréceme que no es ocupación digna y laudable, porque se
limita a alimentar a los que ya están bien nutridos, y eso no tiene gran
mérito. A mi entender, los que merecen el esfuerzo de levantarlos, no son los
que ya están salvados, esa pequeña minoría, sino la masa inmensa de los incultos,
que están debajo. La masa no verá nunca a los grandes maestros, porque esos son
para pocos. A mí se me ha interpretado mal desde el principio. Jamás he
intentado contribuir a la cultura de las clases cultas, ni aspiré a ello en
absoluto, sino que siempre busqué “la caza mayor, las masas”. Rara vez he
tratado deliberadamente de instruirlas, pero he hecho cuanto he podido por
divertirlas. Entretenerlas, sencillamente, ha colmado mis aspiraciones más queridas
en todo momento. Francamente, nunca me he preocupado por las clases cultas;
ellas pueden ir al teatro y a la ópera, ni yo ni el acordeón les dicen nada”.
“La conciencia social de Federico, había nacido probablemente en los
años de la Residencia de Estudiantes”, tan contrarios a su bienestar personal”, recuerda su
coetáneo, el malagueño Emilio Prados. Y esa conciencia de la justicia social se
afirmó aún más en él durante su estadía como estudiante en Columbia University
(1929-1930), en donde escribió sus poemas “Poeta en Nueva York”. En lectura pública
de uno de estos poemas a su regreso a Madrid, dice: “El Crysles Building se defiende al sol como un enorme pico de plata,
y, puentes, barcos, ferrocarriles y hombres, los veo encadenados y sordos,
encadenados a un sistema económico cruel al que pronto habrá que cortarle el
cuello”.
La descripción
que Federico hace de Nueva York, palidece ante la que de él hace el neoyorquino Henrry Miller en su libro
“Trópico de cáncer”: “Cuando pienso en
la ciudad en la que nací y me crié, ese Manhattan que Whitman cantó, una rabia
fría y ciega me lame las entrañas”, dice Miller. Darío también habla de su
crítico estado social en su poesía “La gran cosmópolis”: “Casas de cincuenta pisos, servidumbre de color, máquinas, diarios,
avisos, ¡y dolor, dolor, dolor!”.
El primero de
mayo de 1936, envió a María Teresa de León este telegrama: “Yo saludo afectuosamente a todos los trabajadores de España, unidos en
este día por el violento deseo de una sociedad más justa”. En junio del
mismo año, un mes antes del estallido de la guerra civil, contestaba a la
pregunta de un periodista de como juzgaba la famosa teoría “del arte por el
arte”: “Ese concepto del arte por el
arte es una cosa que sería cruel si no fuera afortunadamente cursi. En este
momento dramático del mundo, el artista debe llorar y reír con su pueblo. Hay
que dejar el ramo de azucenas y meterse en el fango hasta la cintura para
ayudar a los que buscan las azucenas”.
COMO DEBE SER EL TEATRO
“El teatro, confiesa Federico, fue siempre mi vocación. He dado
al teatro muchas horas de mi vida. El teatro es la poesía que se levanta del
libro y se hace humana, y al hacerse humana, habla y grita, llora y se
desespera. El teatro necesita que los personajes que aparezcan en la escena
lleven un traje de poesía y al mismo tiempo que se les vean los huesos, la
sangre, Han de ser tan humanos, tan horrorosamente trágicos, y ligados a la
vida con una fuerza tal, que muestren sus traiciones, y que salgan a sus
labrios toda la valentía de sus palabras, llenas de amor o de ascos. Lo que no
puede continuar es la supervivencia de los personajes dramáticos que hoy suben
a los escenarios llevados de las manos de sus autores. Son personajes huecos, vacíos
totalmente, a los que sólo es posible ver a través del chaleco: un reloj
parado, un hueso falso, o una caca de gato, de esas que hay en los desvanes”.
EL TEATRO UNIVERSITARIO “LA BARRACA”
En 1923 fundó
el teatro universitario “La Barraca”, teatro ambulante, para, a lo gitano, llevar
diversión a los campesinos. La Barraca estaba constituida por actores
profesionales y estudiantes universitarios. “A mi me interesa, decía, más la gente que habita el paisaje que el
paisaje mismo. Yo puedo estarme contemplando una sierra durante un cuarto de
hora; pero enseguida corro a hablar con el pastor o el leñador de esa sierra”.
“Formar parte
de “La Barraca” era el sueño de todo
estudiante que, amante del teatro y admirador de García Lorca, se exaltara ante la idea de pasar sus veranos yendo de
pueblo en pueblo a representar bajo las estrellas ante un público atento y
sencillo. Descubrimiento recíproco: el estudiante descubría al pueblo y éste al
estudiante. Los de La Barraca
ensayaban en cualquier parte, no tenían un local, pero aún así el entusiasmo
por su labor teatral era grande, pero así como se terminó la República
Española, terminó este grupo teatral”. Federico afirmó: “La Barraca es para mí toda mi obra, la obra que me interesa, que me
ilusiona más todavía que mi obra literaria, por ella muchas veces he dejado de
escribir un verso o de concluir una pieza, entre ellas Yerma, que la tendría ya
terminada si no me hubiera interrumpido para lanzarme por tierras de España, en
una de esas estupendas excursiones de mi teatro”.
EL POETA HABLA
DE LA POESÍA
“La creación poética, dice, es
un misterio indescifrable, como el misterio del nacimiento del hombre, del
dolor del hombre, y la injusticia constante que mana del mundo, y mi propio
cuerpo, y mi propio pensamiento, me evitan trasladar mi casa a las estrellas.
El poeta que va a hacer un poema tiene la sensación de que va a una cacería
nocturna. Un miedo inexplicable rumorea su corazón (lo sé por experiencia
propia), pero el poeta debe ir a su cacería limpio y sereno. Hay a veces que
dar grandes gritos en la soledad poética para ahuyentar a los malos espíritus
que quieren llevarnos a los halagos populares. El poeta debe tapar sus oídos
como Ulises ante las sirenas.
En mis conferencias he hablado
a veces de la Poesía, pero de lo único que no puedo hablar es de mi poesía. Eso
hay que dejárselo a los críticos y profesores”.
CONFERENCIA EN
BUENOS AIRES
En 1934 Federico viajo al Uruguay y a la Argentina. En
Buenos Aires dio una conferencia que
tituló “Teoría y Juego del duende”,
que a continuación transcribo fracmentariamente: “Desde el año 1918, que ingresé en la Residencia de Estudiantes de
Madrid, hasta 1928, en que la abandoné, terminados mis estudios de Filosofía y
Letras, he oído en aquel refinado salón, cerca de mil conferencias. No. Yo no
quisiera en esta sala ese terrible moscardón del aburrimiento, que ensarta
todas las cabezas por un hilo tenue de sueño y pone en los ojos de los oyentes
unos grupos diminutos de puntas de alfiler”.
En toda Andalucía, roca de
Jaén y caracola de Cádiz, la gente habla constantemente del duende y lo
descubre en cuanto sale con instinto eficaz. El maravilloso cantaor, “El
lebrijano”, decía: “Los días que yo canto con duende, no hay quien pueda
conmigo”; la vieja bailarina gitana, “La Malena”, exclamó un día oyendo tocar a
Brailowsky un fracmento de Bach: “¡Olé! ¡Eso tiene duende!” Manuel Flores, gran
artista del pueblo andaluz, el hombre con mayor cultura en la sangre que he
conocido, dijo, escuchando a Manuel de Falla su nocturno del Generalife, esta
espléndida frase: “Todo lo que tiene sonidos negros tiene duende”, y a uno que
cantaba, le decía: “Tú tienes voz, tú sabes los estilos, pero no triunfarás
nunca, porque no tienes duende”. Y no hay verdad más grande.
Esos sonidos negros son el
misterio, las raíces que se clavan en el limo que todos conocemos, que todos
ignoramos, pero de donde nos llega lo que es sustancial en el arte. “Sonidos
negros”, dijo el hombre popular de España, y coincidió con Goethe, que hace la
definición del duende al hablar de Paganini, diciendo: “Poder misterioso que
todos sienten y que ningún filósofo explica”.
Así, pues, el duende es un
poder, y no un obrar, es un luchar, y no un pensar. Yo he oído decir a un viejo
maestro guitarrista: “El duende no está en la garganta; el duende sube por
dentro desde la planta de los pies”. Es decir, no es cuestión de facultad, sino
de verdadero estilo vivo; de sangre, de viejísima cultura, de creación en acto.
Este “poder misterioso que
todos sienten y que ningún filósofo explica”, es, en suma, el espíritu de la
tierra, el mismo duende que abrazó el corazón de Nietzsche, que lo buscaba en
sus formas exteriores sobre el puente de Rialto, o en la música de Bizet sin
encontrarlo, y sin saber que el duende que él perseguía, había saltado de los misteriosos
griegos a las bailarinas de Cádiz.
Así pues, no quiero que confundan
al duende, con el demonio teológico de la duda, al que Lutero, con sentimiento
báquico, le arrojó un frasco de tinta en Nurember, ni con el diablo católico,
destructor y poco inteligente, que se disfraza de perra para entrar en los
conventos, ni con el mono parlante que lleva el truchimán de Cervantes en la
comedia de los celos y las selvas de Andalucía. El duende de que hablo, es
descendiente de aquel alegrísimo demonillo de Sócrates que lo arañó indignado
el día que tomó la cicuta. “Todo hombre, todo artista –dirá Nietzsche-, cada
escala que sube en la torre de su perfección, es a costa de la lucha que
sostiene con un duende”, no con un ángel, como se ha dicho, ni con su Musa. Es
preciso hacer esa distinción fundamental para la raíz de la obra.
El ángel guía, regala y
deslumbra, vuela sobre la cabeza del hombre, está por encima, derrama su
gracia, y el hombre, sin ningún esfuerzo, realiza su obra.
La Musa dicta, y, en algunas
ocasiones sopla. Los poetas de musa oyen voces y no saben de dónde, pero son de
la Musa que los alienta y a veces se los merienda. La Musa despierta la
inteligencia, pero la inteligencia es muchas veces la enemiga de la poesía,
porque imita demasiado, porque eleva al poeta en un trono de agudas aristas, y
le hace olvidar que de pronto se lo pueden comer las hormigas o le puede caer
en la cabeza una gran langosta de arsénico contra la cual no pueden las Musas.
Ángel y musa vienen de fuera;
el ángel da luces y la musa da formas; al duende hay que despertarlo en las
últimas habitaciones de la sangre. La verdadera lucha es con el duende.
Para buscar al duende no hay
mapa ni ejercicio. Solo se sabe que quema la sangre como un tópico de vidrios,
que agota, que rechaza toda dulce geometría aprendida, que rompe los estilos.
Los grandes artistas del sur de España, gitanos o flamencos, ya canten, ya
bailen, ya toquen, saben que no es posible ninguna emoción sin la llegada del
duende.
Una vez, la “cantaora” andaluza
Pastora Pavón, “La niña de los Peines”, sombrío genio hispánico, cantaba en una
tabernilla de Cádiz. Jugaba con su voz de sombra, con su voz de estaño fundido,
con su voz cubierta de musgo, y se le enredaba en la cabellera, o la mojaba en
manzanilla, o la perdía por unos jarales oscuros y lejanísimos. Pero nada; era
inútil. Los oyentes permanecían callados. Entonces, La Niña de los Peines se
levantó como una loca, tronchada igual que una llorona medieval, y se bebió de
un trago un gran vaso de cazalla como fuego, y se sentó a cantar sin voz, sin
aliento, sin matices, con la garganta abrazada, pero… con duende. Había logrado
matar todo el andamiaje de la canción para dejar paso a un duende furioso y
abrasador, amigo de vientos cargados de arena, que hacía que los oyentes se
rasgaran los trajes casi con el mismo ritmo con que se los rompen los negros
antillanos del rito apelotonados ante la imagen de Santa Bárbara.
La niña de los Peines tuvo que
desgarrar su voz porque sabía que la estaba oyendo gente exquisita que no pedía
formas, sino tuétano de formas, música pura con el cuerpo sucinto para poder
mantenerse en el aire. Se tuvo que empobrecer de facultades y de seguridades;
es decir, tuvo que alejar a su musa y quedarse desamparada, que su duende
viniera y se dignara luchar a brazo partido. ¡Y cómo cantó! Su voz ya no jugaba,
su voz era un chorro de sangre digna por su dolor y su sinceridad, y se abría
como una mano de diez dedos por los pies clavados, pero llenos de borrasca.
La llegada del duende presupone
siempre un cambio radical en todas las formas sobre planos viejos, da
sensaciones de frescura totalmente inéditas, con una calidad de rosa recién
creada, de milagro, que llega a producir un entusiasmo casi religioso.
En toda la música árabe,
danza, canción, alegría, la llegada del duende es saludada con enérgicos “¡Alá,
Alá!”, “¡Dios, Dios!”, tan cerca del “¡Olé!” de los toros; y en todos los
cantos del sur de España la aparición del duende es seguida por gritos de
“¡Viva Dios!”, profundo, humano, gracias al duende que agíta la voz y el cuerpo
de la bailarina, evación real y poética de este mundo. Naturalmente, cuando esa
evasión está lograda, todos sienten sus efectos: el iniciado, viendo como el
estilo vence a una materia pobre, y el ignorante, en el no sé qué de una auténtica
emoción.
Hace años, en un concurso de
baile de Jerez de la Frontera se llevó el premio una vieja de ochenta años
contra hermosas mujeres y muchachas con la cintura de agua, por el solo hecho
de levantar los brazos, erguir la cabeza, y dar un golpe con el pie en el
tabladillo; pero en la reunión de musas y de ángeles que había allí, bellezas
de forma y bellezas de sonrisa, tenía que ganar y ganó, aquel duende moribundo
que arrastraba por el suelo sus alas de cuchillos oxidados.
Todas las artes son capaces de
duende, pero donde encuentra más campo es en la música, en la danza y en la
poesía hablada, ya que éstas necesitan un cuerpo vivo que interprete, porque
son formas que nacen y mueren de modo perpetuo y alzan sus contornos sobre un
presente exacto.
Muchas veces el duende del
músico pasa al duende del intérprete, y otras veces, cuando el músico o el
poeta no son tales, al duende del intérprete, y esto es interesante, crea una
nueva maravilla que tiene en la apariencia, nada más, la forma primitiva, tal
es el caso de la enduendada Eleonora Duse, que buscaba obras fracasadas para
hacerlas triunfar gracias a lo que ella inventaba, o el caso de Paganini,
explicado por Goethe, que hacia oír melodías profundas de verdaderas vulgaridades,
o el de una deliciosa muchacha del Puerto de Santa María, a quien yo le ví
cantar y bailar el horroroso cuplé italiano ¡O
Mari!, con unos ritmos, unos silencios y una intención que hacían de la
pacotilla italiana una dura serpiente de oro levantada. Lo que pasaba era que,
encontraba alguna cosa nueva que nada tenía que ver con lo anterior, que ponían
sangre viva y ciencia sobre cuerpos vacíos de expresión.
Todas las artes, y aun los
países, tienen capacidad de duende, del ángel y de musa; y así como Alemania
tiene musa, e Italia tiene ángel, España está todo el tiempo movida por el
duende como país de música y danza milenaria, donde el duende exprime limones
de madrugada”.
La virtud mágica del poema
consiste en estar siempre enduendado, porque con duende es más fácil amar,
comprender, y es seguro ser amado, ser comprendido.
En España tiene el duende un
campo sin límites sobre los cuerpos de las bailarinas de Cádiz, elogiadas por
Marcial, sobre los pechos de los que cantan, elogiados por Juvenal. El duende
opera sobre el cuerpo de la bailarina como el aire sobre la arena, en todo
momento opera sobre los brazos con expresiones que son madres de la danza de
todos los tiempos. El duende no se repite, como no se repiten las formas del mar
en la borrasca.
España es el único país donde
la muerte es el espectáculo nacional, donde la muerte toca largos clarines a la
llegada de las primaveras, y su arte está siempre regido por un duende agudo
que le ha dado su diferencia y su claridad de invención.
Cada arte tiene, como es
natural, un duende de modo y forma distinta, pero a todos unen raíces en un
punto de donde manan los sonidos negros. Pero… ¿Dónde está el duende? Por el
arco vacío entra un aire mental que sopla con insistencia sobre las cabezas de
los muertos en busca de nuevos paisajes y acentos ignorados; un aire con olor
de saliva de niño, de hierba machacada y velo de medusa que anuncia el
constante bautizo de las cosas recién creadas”.
SUS OBRAS
TEATRALES
Sus obras de teatro, no tan numerosas como las de
Shakespeare, pero sí de suficiente calidad artística cómo para satisfacer el
paladar del flemático público inglés, en los años 80 se estuvieron exhibiendo
durante tres meses en los teatros londinenses. De estas obras vale la pena recordar:
Yerma, La casa de Bernarda Alba, Mariana Pineda y Bodas de sangre.
De Bodas de sangre ha llegado a mis manos un
interesante reportaje fechado 29 de agosto de 1987, que con sumo placer
transcribo para deleite del lector: “La verdadera novia de “Bodas de sangre”,
Francisca Cañadas Morales, que contaba con 84 años de edad, falleció en la
madrugada del pasado 9 de agosto en Níjar, Almería, población española donde en
1928 ocurrió el “crimen de Níjar”, que inspiró a Federico García Lorca para
escribir su obra. El sacerdote de Níjar, Joaquín Gutiérrez, que conoce a los
protagonistas de la historia, recordó a periodistas y pobladores jóvenes del
pueblo, los pormenores del trágico suceso.
El crimen de Níjar ocurrió el 24 de julio de 1928. En
la madrugada de ese día, horas antes de que se celebrara la boda, Francisca
Cañadas Morales dejó plantado a su novio, Casimiro Pérez Morales, y huyó a
lomos de una mula con su primo Francisco Montes Cañadas. A unos kilómetros,
Montes cayó muerto a tiros, mientras que a Francisca intentaron estrangularla,
pudiendo salvarse al simularse muerta.
Desde aquel día, la familia ha pensado que Francisca
había cometido una ofensa irreparable a toda la población. La mentalidad de
entonces la ha alcanzado hasta el último día de su vida. Periodistas y
escritores de todo el mundo han desfilado durante el último medio siglo en
busca de algún testimonio de Francisca Cañadas, conocida con el sobrenombre de
“la coja”, con resultados infructuosos.
Hablar con esta mujer suponía enfrentarse a hijos y
nietos, quienes celosamente la han tenido apartada. La evasivas más absurdas se
han producido ante periodistas venidos desde Estados Unidos o el Canadá.
El paso del tiempo había dejado el vigor de una mujer
ilusionada por su boda en un cuerpo reducido y consumido por un silencio
voluntario o, quien sabe si obligado por la tradición de un pueblo, Níjar, muy
sensibilizado por el amor y la sangre. No obstante, el sacerdote afirmó que
“Francisca ha sido una mujer piadosa y una catequista que celebraba oraciones
diariamente”.
El entierro de Francisca Cañadas, la novia del crimen
de Níjar, sirvió para que en la población planeara de nuevo la figura del novio
real, Casimiro Pérez, de 87 años que reside en un barrio de Níjar. Desde el día
de la boda Casimiro no ha dirigido palabra alguna a Francisca. En octubre de
1985, durante una conversación con el periodista español Antonio Torres,
Casimiro Pérez rechazó ver una foto de Francisca. Casimiro vive en la
actualidad con Josefa Segura, con la que contrajo matrimonio tras el desengaño
amoroso, en una casita baja, situada a escasos metros del mar, en la barriada
pesquera y turística de San José.
Los concurrentes al entierro de Francisca, se
encontraron en el cementerio ante la tumba de otro testigo, muerto a cartuchazos
durante el día de la boda. Se trata del joven Francisco Montes, que se fugó con
su prima Francisca horas antes de que ésta contrayese matrimonio con Casimiro
Pérez, que desde el día del entierro es el único protagonista real vivo de
aquella tragedia, inmortalizada por García Lorca con el título de “Bodas de
sangre”.
EL POETA ES
ASESINADO
Es España el único país europeo que más tiempo
permaneció bajo dominio extranjero. Los romanos dominaron la Península 629
años; los visigodos 299; los árabes 781, para sumar 1,709 años. Romanos y
árabes les llevaron cultura, pero la babarie goda se hizo en ella medular
dentro y fuera de sus fronteras. El despotismo, la dureza de un funcionario
español, civil o militar, es herencia goda. Esencialmente no han cambiado. Hace
pocos años, una humilde mujer nicaragüense que con gran sacrificio económico
acudió a España con su hija enferma, sin piedad fue devuelta del aeropuerto.
Pareciera que la maldad les produce deleitosos orgasmos satánicos.
España ha vivido en constante ebullición bélica, tanto
dentro como fuera de ella sin provecho alguno. La historia registra en ella
cuatro revoluciones, la ultima 1854-1856, además de las guerras carlistas,
1833-1840, 1872-1876. Cuando han habido estas revueltas, se ha instalado
siempre la godocracia, y los primeros en salir en estampida son los poetas,
intelectuales y profesionales de la educación.
En la guerra civil, 1936-1939, el general franquista
Millan Astray que llamó a sus hombres “Galápagos
de pellejo duro”, entró a la sala donde Unamuno dictaba su cátedra,
gritando: “¡Muera la inteligencia, viva
la muerte!”. Razón tuvo José Bergamín al exclamar: “Por un lado, el orden
multiforme de la vida, por el otro lado, el desorden uniformado de la muerte”.
Fue el inicio del holocausto.
De los poetas, Miguelito Hernández, el humilde
pastorcillo de Orihuela fue paseado de cárcel en cárcel hasta que murió de
tuberculosis. Antonio Machado murió en mayor pobreza en Francia. ¿Y García
Lorca? No logró escapar. El 18 de agosto, en la madrugada, fue capturado por “La Brigada Negra” en casa de sus
amigos falangistas los Rosales. Lo captura Ramón Ruiz Alonzo, católico
conservador granadino, director del periódico “El Ideal”, y fusilado en Viznar,
Granada, entre el 19 y 20 de agosto.
Y es Marcelle
Auclair, una francesa que escribió “Vida
y muerte de García Lorca”, quien llegó más cerca de la verdad, así como
identificar el lugar donde lo asesinaron y el de su enterramiento; los
facistas, además de que trataron de ocultar su asesinato, también trataron de
ocultar el lugar de su tumba, para que no fuese tomada como lugar de
peregrinación de sus muchos admiradores. Auclair,
quien realizo sus investigaciones en 1966, dice: “¿Jugaron las autoridades, al principio la carta del olvido? ¿Pudieron
suponer que después de algunas manifestaciones de indignación, la obra de Lorca
dormiría durante largos años y cuando saliera de lo que se llama “el
purgatorio”, las circunstancias de su muerte ya no interesarían a nadie? Si
algún erudito se interesaba, acaso su mente se confundiría en medio de pistas
falsas y contradicciones”.
RAÚL GONZÁLEZ
TUÑÓN RECUERDA A FEDERICO
“En un acto celebrado en Córdoba, en septiembre de
1936, dice el argentino, rendimos homenaje a García Lorca, quien acababa de ser
fusilado por un coronel indigno. Allí, donde cayó Federico, contra el muro del
cementerio de Granada, “donde ya no
cabían más cadáveres”, al decir de Fernando de los Ríos, pudieron colocar
un cartelito con esta leyenda: “Fusilado por inteligente”. Con su asesinato
ofendieron a la dignidad humana, a la gracia del mundo, a la poesía”.
Mataron a Federico porque él era uno de los símbolos
de la España popular, del espíritu progresista. Porque aún no siendo militante,
no era indiferente. Estaba en todo; en el canto y en la vida, en la copla y en
el poema civil, de pie sobre la tormenta, en medio de los hechos sociales de su
tiempo, clamando por la trasformación de la vida.
Hay una página conmovedora de Federico, un poema que
nos dijo alguna vez en la taberna de Pascual, en la calle de la Luna, o en la
del Pozo, en la de la Palma o en la Cervecería de Correos, o en cualquier otra
parte de Madrid, estando todos juntos en espera de la aurora: La niña ahogada en el pozo. Porque una
niña amiga de él, se ahogó en un pozo, en una granja cercana a Nueva York.
¡Cómo reluce su poesía, su teatro poético, su cara
oscurecida por el sol granadino! En España fue fusilada la poesía. Hasta hoy,
todos los días la fusilan. En otras partes del mundo la fusilan; en nuestro
país la fusilan. La fusilan atropellando a la Universidad, persiguiendo y
dividiendo a los obreros. La fusilan quienes quieren convertir a nuestro país
de tantas y tantas posibilidades, cargado de futuro, en un sombrío gendarme de
Norteamérica. Pero aquí, como en España, al desorden uniformado de la muerte,
opondremos el orden multiforme de la vida.
Yo fuí uno de los asiduos parroquianos de la Cervecería
de Correos, donde él presidía con su luminoso ingenio una peña de escritores y
artistas. Casi a diario le vimos hasta el día en que organizó para nosotros un
banquete memorable de despedida en la calle de la Luna. No sospechábamos que
estábamos viviendo entonces las vísperas de la gran tragedia española. Las
vísperas de la muerte del querido amigo.
Por aquellos tiempos él solía salir con su teatro
ambulante, “La Barraca”, por esos
caminos de España. Le vieron codearse con la gente aldeana, entrar a la casa de
los pobres, bendecir a los niños. En el Mesón del Segoviano nos hablaba de una
próxima tragedia andaluza que no alcanzó a escribir, sobre el tema del niño que
adoraba a su jaca, un niño víctima de la incomprensión del padre terrateniente.
Cuando una vez, con La Barraca, se disponía a
representar en la plaza pública de Fuenteovejuna la obra del mismo nombre de
Lope de Vega, y supo que habían presos políticos en la cárcel local, reclamó y
obtuvo del alcalde la libertad de ellos para que pudieran asistir a la función”.
LA INDIGNACIÓN
DE NERUDA
En su “Canto
General”, en su poesía a otro poeta mártir, Miguel Hernández, el bardo
chileno alza su voz y grita: “Que sepan
los malditos que hoy incluyen tu nombre en sus libros, los Dámaso Alonso, los
Gerardo Diego, esos hijos de perra, silenciosos cómplices del verdugo, que no
será borrado tu martirio, y tu muerte caerá sobre esa luna de cobardes”, y,
elegíaco, canta: “En el fondo del pozo
de la historia, como un agua más sonora y brillante, brillan los ojos de los
poetas muertos. Tierra, pueblo y poesía son una misma entidad encadenada por
subterráneos misterios. Cuando la tierra florece, el pueblo respira la
libertad, los poetas cantan y muestran el camino. Cuando la tiranía oscurece la
tierra y castiga las espaldas del pueblo, antes que nada, busca la voz más
alta, y cae la cabeza de un poeta al fondo del pozo de la historia. La tiranía
corta la cabeza que canta, pero la voz en el fondo del pozo, vuelve de los
manantiales secretos de la tierra y desde la oscuridad sube por la boca del
pueblo”.
Para honrar la memoria del poeta mártir, rubrico este
ensayo con su bella poesía “La casada
infiel”.
“Y que yo me la llevé al río creyendo que era mozuela,
pero tenía marido. Fue la noche de Santiago y casi por compromiso. Se apagaron
los faroles y se encendieron los grillos. En las últimas esquinas toqué sus
pechos dormidos, y se me abrieron de pronto como ramos de jacintos. El almidón
de su enagua me sonaba en el oído, como una pieza de seda rasgada por diez
cuchillos. Sin luz de plata en sus copas los árboles han crecido, y un
horizonte de perros ladra muy lejos del río. Pasadas las zarzamoras, los juncos
y los espinos, bajo su mata de pelo hice un hoyo sobre el limo. Yo me quité la
corbata, ella se quitó el vestido, yo el cinturón con revólver, ella sus cuatro
carpiños. Ni nardos ni caracolas tienen el cutis tan fino, ni los cristales con
luna relumbran con ese brillo. Sus muslos se me escapaban como peces
sorprendidos, la mitad llenos de lumbre, la mitad llenos de frío. Aquella noche
corrí el mejor de los caminos, montado en potra de nácar sin bridas y sin
estribos. No quiero decir por hombre, las cosas que ella me dijo, la luz del
entendimiento me hace ser muy comedido. Sucia de besos y arena, yo me la llevé
del río. Con el aire se batían las espadas de los lirios. Me porté como quien
soy, como un gitano legítimo. Le regalé un costurero grande de raso pagizo, y
no quise enamorarme, porque teniendo marido, me dijo que era mozuela cuando la
llevaba al río”.
Escritor
autodidacto
Granada
1924
Tel.
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